Precisamente el dualismo cartesiano, y su recorrido histórico, es el tema que debate este libro. Tomando como hilo conductor el trajín de los restos óseos de Descartes, Rusell Shorto reconstruye el mundo intelectual en el que emergieron las ideas del filósofo, así como su recepción y evaluación en los siglos posteriores. No es este, por tanto, un libro biográfico y menos un tratado filosófico aunque trate de las ideas de un filósofo que se considera el padre de la modernidad. Se trata más bien de un ensayo y, todavía mejor, de un gran reportaje periodístico, de casi 300 páginas, sobre el surgimiento de las ideas centrales de la revolución moderna desde el siglo XVII. A eso se dedica el autor, en efecto, elabora reportajes para la revista del New York Times. Eso tiene sus virtudes y sus defectos: es ágil, entretienen las historias en torno a los grandes científicos y filósofos, las ideas y descubrimientos están bien contados y explicados, casi deglutidos para el lector. El lado menos interesante es el exceso de anécdotas, entrevistas y sucesos, propios de la mentalidad periodística. Sin embargo, es una buena introducción al tema.
En el tiempo en que Galileo fue encausado y humillado por la Iglesia, Descartes huyó a Holanda para elaborar su sistema filosófico. También allí fue discutido y su filosofía prohibida en las universidades de los Países Bajos, pero al menos no fue juzgado por ningún tribunal. Descartes viajó mucho por la Europa de su tiempo, la de la guerra de los 30 años, y vio cómo esa guerra que había desgarrado material y espiritualmente a Europa, llegaba a su fin. De algún modo la filosofía de Descartes pretendía suturar y superar ese desgarro dejando atrás el mundo de las ideas medievales, proporcionando a los hombres la luz, el método, que les abriese paso en el nuevo mundo de la ilustración y de la ciencia moderna. Descartes descubre que nada puede ser superior al individuo, ni el poder político ni la Iglesia, que el individuo se constituye empezando a dudar de todo y que sólo la duda es garantía de que el mundo material existe. Descartes pone un pie en el mundo moderno. Pero en el hallazgo del hombre a solas con su pensamiento separado del mundo está el gran problema del dualismo, la brecha moderna que separa mente y cuerpo, espíritu y mundo. Cómo unir o relacionar ambas cosas. Descartes sigue teniendo el otro pie en la Edad Media, era un creyente convencido. Encontró en Dios, de modo natural, la solución a su problema: de Dios, cuya existencia no puede someterse a duda, nacía el mundo extenso y también su veracidad. Spinoza, poco después, no sé si irónicamente, afirmó que Dios y el mundo eran la misma cosa, un primer intento de superar la dualidad.
En general, a ese gran problema que permanece irresuelto la modernidad se ha enfrentado de tres maneras. Unos afirmando que no hay una mente separada del cuerpo, una posición que defienden los ilustrados radicales y sus herederos; también la neurociencia parece ir por ahí. Los creyentes, en general, considerando que existen alma -o mente- y cuerpo separadamente, aunque al final se unen en el más allá; la fe disuelve el dualismo; los fundamentalistas, incluidos los antidarwinistas del diseño inteligente, van por ahí. En medio estarían los ilustrados moderados que piensan que el hombre no es sólo un pedazo de materia viva. Desde Pascal, tratan de entender el hueco de angustia y esperanza que anida en el interior del hombre.
Descartes murió en Estocolmo una fría mañana de invierno de 1650. Allí había acudido para debatir con la curiosa y desconsiderada reina Cristina de Suecia, que le hacía acudir a palacio a las cinco de la mañana, a un hombre que no se despertaba antes de las once. Por supuesto, cogió una pulmonía que le llevó a la tumba. En ese punto comienza la historia de este libro, una historia que gira en torno al enigma de los huesos del filósofo. Los huesos comenzaron un periplo de siglos por diversos países hasta llegar a París. Allí siguió por distintos lugares: las iglesias de Santa Genoveva y Saint Germain des Pres, el Museo de los Monumentos de Francia, durante la revolución, y la promesa incumplida de reposar junto a los grandes hombres del Panteón. En algún lugar alguien separó el cráneo del resto del esqueleto. El cráneo también tendrá su propio periplo, pasando de mano en mano, con inscripciones de sus poseedores y un poema en latín, y se convertirá en objeto de estudio de científicos de toda laya. El asunto propio de una intriga de Sherlock Holmes es aún más complicado: los huesos que se conservan no son los de Descartes y en la historia no hubo uno sino dos cráneos. Una historia que sirve a Rusell Shorto como metáfora para seguir la evolución del dualismo a través de la revolución moderna.
Descartes fue un hombre entregado a sus cavilaciones, del que no se conocen historias amorosas. Parece que sólo se relacionó con una mujer, la sirvienta de una casa holandesa donde se alojó. Tuvo con ella una hija que murió a los cinco años. Parece que le afectó hondamente y que de ese sentimiento doloroso surgió su interés por las pasiones humanas. Quizá si hubiese vivido más tiempo -54 años- hubiese encontrado una respuesta a la brecha del dualismo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario