martes, 5 de abril de 2011

Un bulevar para comienzos del siglo XX


Era una ocasión única. Han levantado el ferrocarril que pasaba por el centro de la ciudad, de punta a punta, porque el nuevo trazado discurre por el lado norte, por encima de los polígonos industriales y los nuevos barrios. Una enorme franja longitudinal de oeste a este, 12 kilómetros de longitud paralelos al río, desde más allá de la vieja estación hasta el populoso barrio de Gamonal, quedaba libre para la imaginación de un buen urbanista. Generaciones pasadas no tuvieron ocasión semejante, generaciones futuras tardarán en tener otra igual. Y sin embargo. Un desastre. El bulevar lo llaman. ¿Qué han hecho? Han vuelto a poner en el centro a un antiguo juguete, un juguete del siglo pasado, un juguete sin futuro, el coche. Han llenado la enorme zanja con seis vías: dos centrales para el coche, en ambas direcciones; otras dos para el bus -todavía no viaja ninguno-; otras dos para bicis y en los laterales paseos para los peatones, con un espacio pequeño que en ocasiones se estrecha hasta el punto de que los paseantes han de bajar a la calzada para cederse el paso. Toda la urbanización encargada a arquitectos famosos, los suizos Herzog & de Meuron, es un sinsentido.

La derecha es buena para ordenar la ciudad, para dejarla limpita, relamida, con esas estatuas de carteros y floristas en cualquier rincón. La derecha es buena para embalsamar ciudades, para convertirlas en prolongaciones de las residencias de ancianos. Las ciudades castellanas para desgracia de sus residentes llevan décadas gobernadas por esas gentes. Sus políticos han maridado con empresarios y prensa local. En algunos casos la corrupción es evidente, en otros no, parecen honrados, pero así como en general han dejado las calles decentes y han animado la actividad cultural con orquestas y solistas del este de Europa, las han embalsamado, impidiendo que estalle sobre ellas la energía acumulada por sus jóvenes el día posterior a la crisis.
Una ciudad como Burgos, de tamaño pequeño, 170.000 habitantes, es la ciudad ideal para experimentar un urbanismo sin coches, moderno, innovador, al servicio de sus gentes. Poco a poco ampliando el transporte público, eliminando el tráfico privado. Es posible, la gente se iría adaptando, lo iría agradeciendo. Pero sucede todo lo contrario, más carriles innecesarios para coches. Había un tranvía proyectado para ese bulevar, pero no se han atrevido, todo queda reducido a una gran avenida, ancha, de asfalto y de cemento con algunos terraplenes en los que una vegetación por ahora indefinida irá arraigando. Por supuesto, un alcalde socialista no hubiese hecho algo distinto.

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