lunes, 18 de abril de 2011

Portugal 3. Serra da Estrela II

Amanece gris sobre esta ciudad termal. Manteigas. Desde la terraza del apartamento el caserío blanco y rojo se despliega sobre la ladera. Lo corona una imagen de la Virgen, supongo que de Fátima, y la cruz que anoche destellaba.


En dirección a Gouveia el parque de la Estrella guarda más lugares hermosos. Por ejemplo Penhas Douradas a 17 km del inicio de la ruta. Ascendemos hasta un altiplano, hasta un paisaje de grandes bloques graníticos redondeados por la erosión. En el centro un embalse antiguo, cuyo muro de contención está escalonado. Hay canoas y patinetes de agua, pero es demasiado temprano y hace mucho viento.


Es una lástima que la autoridad haya consentido que se construyan chalets particulares en este bello paraje, algunos muy feos, forrados en chapa de aluminio mal pintado. A pesar de ser domingo no hay mucha gente disfrutando de este día soleado. En algún lugar he leído que los portugueses no aman la montaña. Supongo que es una generalización.


Vemos indicaciones que llevan a miradores. Uno de ellos, Fragâo do corvo, lleva a uno espléndido. Desde él se domina el valle glaciar del Zêzere, con Manteigas al fondo. Una maravilla blanca y roja.


Gouveia. Ciudad pequeña al otro lado del parque, donde el tiempo discurre lentamente. Por doquier hay ilustraciones sobre azulejo, propio de todos los enclaves de la sierra: en la Iglesia, en el antiguo colegio de los jesuitas, en la casa de la misericordia o en la fachada de la biblioteca. Detrás del colegio de los jesuitas, restaurado y convertido en centro cultural, hay un hermoso jardín escalonado, salpicado de piezas arquitenctónicas traídas de dios sabe dónde y de placas de granito con estrofas de poetas, con elogios al terruño y consejos morales.


Una pareja de ancianos se sienta junto a nosotros, en la misma mesa de la cafetería. Sonríen, buscan el sol del atardecer. El pastel de crema y coco es riquísimo. Este país domina la confitería.


De vuelta a Manteigas, en una revuelta de la carretra surge de pronto un caprichoso modelado: la cabeça do velho, perfectamente perfilada. Un poco más allá, a mitad de camino paramos junto al nacimiento del río Mondego, que luego volveremos a encontrar ancho y preñado en Coimbra. Los dos grandes ríos propios de Portugal nacen en esta sierra, el Mondego y el Zêzere. El primero desagua en el Atlántico, por Figueira de Foz, el segundo es afluente del Tajo.

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