sábado, 16 de abril de 2011

Portugal 1. Guarda

Dejarse llevar por el tiempo que me pertenece, pero al que me entrego para que me conduzca como quiera. A eso se llama vacaciones, un lujo del que disfrutamos los que tenemos trabajo asegurado. Pero ante la cinta gris que se extiende hacia el horizonte, la culpa no tiene cabida. Una hora menos, 20 céntimos más caro repostar. Portugal.




Farta, Forte, Fria, Fiel e Formosa, así reza el lema de la puerta que hemos elegido para entrar en Portugal. No es hora de discutir con este paisaje granítico y verde, ni de añadir gris a los bloques de piedra que emergen más como fortaleza que como catedral en el centro y en lo alto de Guarda, la villa más alta de Portugal, a 1056 metros.


Estamos sobre una colina a la que se accede tras muchas revueltas. Atardece y apenas hay luz para las fotografías. Este modelo de iglesia barroca del XVIII -de la Misericordia-, flanqueada por dos torres, con escudo episcopal o con imagen de la Virgen, se irá repitiendo en los pueblos y villas de los alrededores.


En el interior de la muralla, atravesando la Torre dos Ferreiros o la Torre de Menagem, se alza esta maciza , catedral gótica del XIV sobre una hermosa plaza. Aparte del aire de fortaleza, destacan sus portadas, una gótica flamígera, manuelina con columnas retorcidas, la segunda. En un lateral señorea, en un rotundo bloque de bronce, Don Sancho I, segundo rey de Portugal, que hace resbalar su mirada hacia la plaza que declina hacia el barrio judío. Sus habitantes le agradecen que concediera fuero a la ciudad que fundó.



Nos fiamos de la guía. En Belo Horizonte nos sirven un Bacalhau com natas y otro al horno que están muy ricos. Apenas hay ruido. Los portugueses se muestran serios aunque amables; en el comedor nadie levanta la voz; todo son susurros.

Tras la cena entramos en la Iglesia de San Vicente, una copia de la Misericordia. Un puñado de fieles escucha con atención un sermón. No alcanzo a comprender por qué el cura les reconviene. El interior es agradable, decorado con una especie de baldaquino con columnas de mármol color avellana, paredes con escenas bíblicas en azulejos y bóveda de hormigón pintado de azul. A mi lado un joven muy moreno se muestra especialmente devoto. A la salida extiende su mano e inclina la cabeza.
Vemos la puerta del palacio episcopal abierta. Entramos a un patio del XVII. Una música muy hermosa, un coro de voces masculinas y femeninas con mucho ritmo, brota por encima de nuestras cabezas. Es una danza popular. El edificio es ahora museo y, por lo que se oye, centro cultural.

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