"Los hechos sobre gran parte de la vida política, social y financiera de Japón se esconden tan bien que la verdad es casi imposible de conocer". (Alex Kerr, Dogs and demons).
¿Somos insensibles a lo que ocurre en Japón? Si se recorren los diales de la radio o los canales de la TDT en hora punta se diría que lo que está ocurriendo en Japón es una cosa que no nos afecta emocionalmente, tampoco materialmente. No hay informativos o debates especiales, como mucho opiniones mal sustentadas en el Canal 24H. En las tertulias escoradas a la derecha, más de lo mismo: ZP, el 11-M y los ERE andaluces, y cuando hablan de Japón es para darse por ofendidos por abrir el debate nuclear. Incluso hay quien alerta de que el desastre está en otra parte, como si estuviese describiendo una cosa distinta. Como en Japón.
Decir la verdad en muchos contextos resulta descortés, y los propios nipones aprenden y desarrollan desde pequeños su tatemae (pensamientos que se expresan en público y que no deben ofender a los demás) y honne (lo que se piensa de verdad, y que solo se emplea con gente muy cercana). Un ejemplo claro de uso del tatemae es que un "lo pensaremos..." en el ámbito de los negocios nipones significa en realidad "No insista, no nos interesa". El tatemae se ha empleado gustosamente en el último siglo y medio para proteger a las élites políticas y empresariales y mantener en la inopia al pueblo japonés. Entre los años treinta y sesenta la administración permitió y encubrió los vertidos masivos de metilmercurio de la compañía química Chisso en la bahía de Minamata. Estos acabaron matando a más de 1.500 personas y causaron daños neurológicos irreversibles a más de 500. Las empresas que gestionan centrales nucleares también han seguido este patrón en las últimas décadas; Tepco [la dueña de los reactores de Fukushima], Hokuriku Electric o Chugoku Electric Power han facilitado cientos de informes técnicos falsos y han ocultado deliberadamente accidentes y situaciones de emergencia en las plantas. El que aún existan los llamados clubes de prensa -círculos de periodistas y políticos donde prima el amiguismo y se restringe el acceso a informaciones oficiales a terceros, incluidos medios extranjeros- y de que los tres grandes periódicos publiquen a diario prácticamente las mismas noticias, muchas provenientes de estos clubes, hacen dudar del todo el entramado político e informativo nipón.
Nosotros no tenemos el tatemae, pero tenemos expertos. Uno de los nombres de la mentira es "expertos". Que nos fiemos de ellos dicen, como de los políticos. Unos y otros cumplen una función parecida a la de los curas en el pasado, había que creerles cuando nos hablaban de Dios y sus extensiones. Cómo no fiarnos de la seguridad de las centrales nucleares, si las asegura la Ciencia. Pero ha llegado el momento de no fiarse de nadie, cada cual ha de fundamentar su propia opinión. Nos dicen: es un caso singular, los afectados son un porcentaje ínfimo. Aplican el mismo argumento numérico a los "intrusos" de los ERE, a los políticos corruptos, a las grandes fortunas que no pagan impuestos, a los estratosféricos bonus de los grandes ejecutivos. Los jueces pierden el tiempo dedicándose a los juicios penales: el porcentaje de homicidas y asesinos es insignificante. El argumento estadístico nos lleva al conformismo y a la parálisis.
Hay que volver a leer y escuchar a los expertos de estos días: la contaminación es baja, la información puntual y veraz, el núcleo no se puede fundir, el edificio del reactor resistirá, la estructura de contención no se puede resquebrajar; nada comparable a Chernóbil. Y sin embargo, los expertos.
Tenía la esperanza de que la crisis económica que estamos viviendo haría que nos replanteásemos las cosas. No sólo la cuestión de la energía. Otras más importantes: nuestro modo de vida y la democracia. Por ejemplo los coches: un trasto viejo, caro, feo -Marinetti no está de moda, escribamos pestes de la formula uno-, contaminador, ruidoso, que hace invivibles las ciudades y en consecuencia la forma de vivir moderna. Hay que acabar con los coches, como casi hemos acabado con el tabaco. Y la democracia: pensaba que los ciudadanos tomaríamos la vida en común en nuestras propias manos. No ha sido así. Y a los libios les hemos dejado a solas con las bombas de Gadafi.
Tenemos que cambiar de vida, de sistema económico y político, tenemos que reinstaurar el ostracismo griego, las magistraturas deben ser ejercidas por tiempos muy breves, las decisiones importantes debemos tomarlas entre todos. Necesitamos un gran proyecto de sustitución del coche por transporte público, regulación estricta de la iluminación, calefacción, aire acondicionado, red de distribución del agua, gas y electricidad. La energía ya no será un problema tan acuciante. No vamos a vivir peor, vamos a vivir mejor: se va azuzar la investigación en esas áreas. La tecnología es la promesa de una nueva edad clásica. Podemos vivir sin Dios, sin rey, sin tabaco, sin patria, quién nos lo iba a decir. Podemos vivir sin coches, sin clase política, sin TDT.
Es preciso decir la verdad. Si la política es el arte de la mentira para la conquista del poder, es preciso rechazar la política.
No hay comentarios:
Publicar un comentario