martes, 15 de marzo de 2011
La cuarta oleada democratizadora
El sociólogo Enrique Gil Calvo escribe sobre las "olas democratizadoras" que han sacudido el siglo XX, atendiendo a una terminología del politólogo Samuel Huntington, en su La tercera ola (1994), que a su vez oía los ecos de las historiográficas oleadas revolucionarias del XIX (1820, 1830 y 1848). Gil Calvo busca una genealogía a lo que sucede estos días en el mundo árabe.
Así la Primera ola habría ocurrido con la instauración de las democracias liberales primitivas, entre 1828 y 1926, interrumpida por la primera contraola del fascismo de entreguerras, de 1922 a 1942.
La Segunda ola sería la impulsada por el triunfo de los aliados en la II Guerra Mundial, entre 1943 y 1962, a la que siguió la segunda contraola de revoluciones tercermundistas y contrarrevoluciones golpistas de 1958 a 1975.
Y la tercera ola democratizadora sería la propagada por las transiciones que se produjeron en el sur de Europa, en América Latina y en el este de Europa entre 1974 y 1989, que se quebró por la tercera contraola iniciada en la plaza de Tiananmen y proseguida por las guerras balcánicas.
Ahora con procesos revolucionarios "claramente prodemocráticos", primero Túnez, después Egipto y ahora Libia estaríamos asistiendo a una cuarta ola con la caída de sus respectivos regímenes dictatoriales.
Yo lo veo de otro modo. Me parece útil esa secuencación de la historia política moderna en oleadas democratizadoras, pero para mi los momentos y su significado son diferentes.
La primera oleada, la de las revoluciones inglesa, americana y francesa (1688-1789) es la que acabó con el antiguo régimen, anunciando el triunfo del liberalismo; la segunda, la revolución liberal, es la que extendió por Europa las constituciones y el ejercicio del sufragio censitario, a lo largo del XIX, periodo de dominio de la gran burguesía que hizo un Estado a su medida; la tercera, en el primer tercio del siglo XX, extendió el sufragio, primero masculino y luego femenino, e introdujo elementos sociales en las constituciones, dando forma al estado de bienestar.
Haría falta, desde mi punto de vista, claro está, una cuarta oleada democratizadora, aquella que introdujese la participación directa de los ciudadanos en la toma de decisiones, al modo de la democracia griega. No debemos conformarnos con la democracia ritualizada del sufragio, debemos exigir una participación directa en los asuntos de la vida política corriente: debate y propuestas, aprobación de leyes, presupuesto, reprobación de políticos -ostracismo. Ya no vale la excusa de que somos muchos y una asamblea es inmanejable. Tenemos los medios para poder hacerlo -todo el mundo tiene una terminal conectada a Internet en su casa- y está quedando en evidencia en estos últimos tiempos que no podemos ser más ineptos que la clase política que tiene secuestrado el poder como si fuese su patrimonio. Tampoco vale el espantajo de la demagogia: nunca antes hemos tenido acceso a tantas fuentes de información, a opiniones tan diversas y tanta distancia al sobaco de los políticos marrulleros. Al contrario, son los políticos profesionales los que confunden el bien público con su interés particular.
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