jueves, 31 de marzo de 2011

Héroes y villanos en el centro de África

Cuando el dentista irlandés de Belfast John Dunlop ideó unas ruedas de goma con cámara de aire para que el triciclo de su hijo tuviese una cómoda suspensión no podía saber el infierno que iba a desatar en el centro de África por la codicia de un hombre que quería extraer la mayor cantidad de látex posible. Dunlop en seguida supo que las ruedas de goma podían ser un gran negocio. Abrió una fábrica de neumáticos de caucho y demandó látex, todo el látex del mundo. El látex estaba en el corazón de África, el África donde Victor Hugo había mandado a los jóvenes europeos: "¡Id pueblos! Dios ofrece África a Europa. ¡Tomadla!".

Leopoldo II de Bélgica, a quien las potencias le habían concedido un trozo de África del tamaño de Europa para su disfrute personal organizó un sistema de extracción del caucho que consistía en la explotación inmisericorde de la mano de obra nativa. Estableció cuotas y para que las entregasen a tiempo los soldados del ejército belga secuestraban a las mujeres y niños de los nativos; si no cumplían les cortaba las manos, a unos y a otros, y les sometía a una violencia inaudita. Se calcula que entre los asesinatos, el hambre y malos tratos y las enfermedades derivadas perdieron la vida 10 millones de congoleños entre 1885 y 1908. Un genocidio mayor que el del propio Hitler. Leopoldo II obtuvo una fortuna inmensa, haciendo correr con los gastos de su aventura colonial al Estado belga y cuando el caucho empezó a dejar de ser rentable vendió ese pedazo de África a los belgas. Un historiador belga, Jean Stengers ha calculado que el rey obtuvo sesenta millones de francos y venticinco más por la venta a su país, pero la administración, el transporte y la defensa ante el mundo de esa supuesta colonia civilizadora le costaron a él y a Bélgica doscientos diez millones. Es decir unas pérdidas netas de 126 millones. Construyó palacios, estatuas, avenidas con su nombre y villas en el sur de Francia a la altura de su ambición y de su desprecio por el género humano. Para contrarrestar sus campañas Leopoldo II se gastó cantidades ingentes contratando a periodistas y políticos para que proclamaran su papel benefactor. Logró, por ejemplo que el National-Zeitung de Berlín que le llamaba "ese comerciante sin escrúpulos que vive en el palacio de Bruselas" cambiase de bando y ridiculizase como "cuentos de viejas" los informes sobre las atrocidades. Leopoldo II, un gran hipocondriaco, falleció al año siguiente de venderle el Congo a sus súbditos belgas.


En esta historia de villanos, Leopoldo y sus esbirros, también hay héroes. De Roger Casement, que como agente diplomático del imperio británico, y luego independentista irlandés contra quien le empleaba y pagaba, ha escrito Vargas Llosa en su novela El sueño del celta. Pero otros antes y después de él escribieron y agitaron la sociedad de la época contra ese espanto. Conrad escribió El corazón de las tinieblas y Octave Mirbeau, El caucho rojo. Pero quien más luchó y durante más largo tiempo fue el periodista inglés Edmund Deen Morel que siendo agente de una naviera descubrió que a cambio del caucho que llegaba a Europa no se enviaban contrapartidas, sino sólo armas. Inició campañas en los periódicos, fundó el suyo propio, creo una asociación, la Congo Reform Association, asociación que podría considerarse como la primera ONG de la historia, para recoger fonfos y reparar los dañosy luchar contra el Estado Libre del Congo, demostrando que no era el Estado filantrópico que los muchos defensores bien pagados del rey de los belgas hacían creer, sino una gran empresa privada organizada como sistema de explotación esclavista.

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