jueves, 23 de septiembre de 2010

Cómo el islam ha cambiado el viejo continente

¿Será una potencia Europa a finales de este siglo?, le preguntaron a Bernard Lewis, estudioso del islam. Se rió y contestó: "Europa, será parte del oeste árabe, del Magreb".
El libro de Christopher Caldwell se subtitula, Cómo el islam ha cambiado el viejo continente. Hay ahora en Europa unos 20 millones de musulmanes; 5 millones en Francia, 4 en Alemania, 2 en Gran Bretaña. Del total de 5.708.940, de inmigrantes que hay en España, con fecha 2010, quizá 1,3 millones sean musulmanes (algunos elevan la cifra hasta dos millones). España, debido al volumen de su inmigración, es un país expuesto más que otros a verse desbordado, advierte Christopher Caldwell.

Creo que no debería ser necesario hacer constar la distinción entre los individuos, los ciudadanos y la ideología inculcada que llevan dentro. Se ha creído que las ideologías o religiones antieuropeas se disolverían con el paso del tiempo, pero la mayor parte de esa población tiende a concentrarse en determinadas ciudades, en barrios degradados en pisos indecentes, creando sus propios guetos. Eso permite el control de la propia comunidad, acelera el sentimiento de identidad separada, la de ver a los demás como adversarios, la imposibilidad de liberarse. Los políticos han utilizado dos medios para ocultar el problema: falsear las estadísticas e intimidar a quienes osasen describir lo que veían o protestaban acusándoles de racistas o xenófobos. En 2003, por ejemplo, se ocultó un estudio de la Unión Europea que revelaba la preponderancia de las pandillas musulmanas en los sucesos antisemitas en los barrios de las ciudades francesas y en Alemania. A personajes como Pym Fortuyn o Geert Wilders se les ha tachado de xenófobos sin atender a los razones que exponían, sin escuchar su llamada: no puede haber Unión Europea sin identidad europea. La pregunta que plantean es ¿puede integrarse a los que van llegando permitiendo que mantengan su propia identidad? Según el orden laico progresista europeo que defiende el multiculturalismo parece que sí. Eso ha funcionado hasta que llegaron los musulmanes que se niegan a aceptar el consenso moral progresista: igualdad hombre mujer, normalidad gay, aborto, imposibilidad de la poligamia y de la ablación, negación de derechos del hombre sobre su esposa. Pero cabe preguntarse, ¿cómo van a desarrollarse los acontecimientos, quién es más fuerte, ese orden moral laico, reciente y relativista, o los imperativos islámicos, tan simples, tan arraigados?

El problema del islam es que exige a sus fieles que sean antes musulmanes que franceses, o españoles. La consecuencia se ha visto en las reacciones posteriores a los atentados de las Torres en 2001, de 2003, en los trenes de Madrid, o del 2005, en Londres, desde el júbilo y la celebración de los radicales a la condena llena de peros de los moderados, por no hablar de los extremistas formados en las mezquitas europeas que partían hacia Iraq y Afganistán.
Un estudio reciente sobre inmigración de la Oficina Federal de Migración y Refugiados del gobierno alemán demostró que el 87% de los musulmanes-alemanes se describían a sí mismos como muy o algo religiosos; el 81% seguía las leyes alimenticias del islam y el 31% de las mujeres usaba velo. Mientras esto sea cierto, el peso cultural del islam en Alemania crecerá, independientemente de que lo haga el nivel demográfico.
No parece irrazonable exigir que los inmigrantes que quieran quedarse en Europa renuncien a las costumbres de sus padres, señala Caldwell. No parece por tanto descabellado lo que proponen algunos partidos, que los recién llegados conozcan las reglas de admisión al club europeo.
 

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