lunes, 18 de marzo de 2024

Pobres criaturas (Poor Things)

 



El novelista que da pie a la película es hombre, el guionista también lo es, como lo es el director, Yorgos Lanthimos. El creador de la nueva criatura del doctor Frankenstein es igualmente hombre, como lo es el hombre sumiso que acepta a la nueva mujer, después de que esta haya recorrido una aventura de aprendizaje probando a cuantos tipos de hombres le salen al paso. Mi impresión primera y final después de haber visto Pobres criaturas (Poor Things) es que más allá de las apariencias los hombres van continuamente en busca de una nueva Eva, una Eva que se aparte de la manzana y la serpiente, que les hace sentirse culpables por haber caído en la tentación, y sea ella misma, es decir, que responda a la imagen que en cada momento se hacen de ella.


Lo que vemos en la película es que uno de esos hombres locos de laboratorio - que en realidad son más cuerdos que la mayoría de los hombres, se nos quiere hacer creer- quiere crear un zoo de nuevas criaturas que emergen de su ciencia y de sus dedos. Por el zoo pululan un montón de criaturas trans. Una de esas criaturas es la mujer que se ha tirado desde un puente, que el científico loco rescata y que, sacando de su vientre el cerebro de la criatura que tiene en su seno, se lo trasplanta y la resucita. La idea es que esa mente aún no formada, sin mácula, en el cuerpo de una mujer, se eche a la vida sin ninguna determinación y por tanto pueda ser ella misma. Bella Baxter escapa de las manos de su creador y también del primer hombre que quiere hacerla suya en todos los sentidos. Una Bella Baxter liberada rotará por el mundo en busca de aprendizaje y formación practicando sexo con todo tipo de especímenes humanos, gordos, fofos, feos, repulsivos a cambio de 30 euros -¡espectador siéntete incómodo porque eres uno de ellos!-, hasta que ya hecha volverá al laboratorio de su maestro para continuar como doctora su labor. Emma Stone es Bella Baxter. Se entiende que le hayan dado el Óscar a la mejor interpretación femenina. Es de no creer el desgaste físico y emocional por el que le hizo pasar el director de la película.


Si quitamos el maquillaje, la escenografía, la exhibición técnica de la cámara -¡todos esos ojos de pez!- y el montaje, qué queda. La idea, la metáfora, es tan simple que Yorgos Lanthimos presenta su película como si fuese una fábula de figuras animadas en medio de atmósferas oníricas. No oculta pues su intención moralizadora: lo que debería ser y lo que no. Hay hombres perversos que merecen castigo y sentir culpabilidad por su trato con las mujeres: el libertino que representa Mark Ruffalo, que acabará en una especie de locura sifílítica, o el antiguo esposo que reclama a su esposa como propiedad, representado por un Christopher Abbot, que será transformado en un rumiante humano y todos los clientes del prostíbulo. Y en el otro lado, por supuesto, los hombres buenos, el creador, William Dafoe, y su asistente, Ramy Youssef, que le pide casarse con ella aceptando que es una mujer libre independiente transformada. La película -ahora en Disney-, que tanta polvareda está levantando, está dirigida a todos ellos, tan perversos, tan ineptos, tan despreciables. Quizá Yorgos Lanthimos piense que sus espectadores, tan pudibundos, tan pornógrafos, o han pasado por el laboratorio que regenta Willem Dafoe o, en su defecto, tendrán que pasar por la película para que vean en su espejo cómo son.


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