miércoles, 27 de marzo de 2024

El mal que los ciegos no advierten

 

Veo, en la marquesina de la parada del bus, el anuncio de una película Los niños de Winton. Es una película redundante como tantas otras, como toda la pedagogía sobre el pasado. Tal redundancia lleva a la pasividad: ya pasó, o la complacencia: yo nunca lo hubiera hecho. El mal no está en el pasado pues ya fue, lo dejamos atrás, sino en el presente o, mejor, en el presente que no reconocemos como maldad. Los europeos de entonces no vieron en Hitler el mal, tampoco en Stalin. Le sirvieron orgullosos, feroces contra el enemigo señalado. Algunos hoy todavía no acaban de creer que Stalin fuese el mal, tampoco los alemanes de entonces veían en Hitler un malvado, sino un héroe de la patria que devolvía el orgullo perdido a Alemania. No tiene ningún sentido ni valor ver el mal en el pasado - al contrario, puede ser signo de debilidad, de servidumbre hacia un poder que lo utiliza como excusa para su propia maldad. No nos compromete a nada, no exige de nosotros un acto de conciencia ni una acción comprometida. El mérito está en ver el mal donde los demás, la mayoría no lo ve, no quiere ver las pruebas los testimonios la verdad de las acciones de los malvados del presente.


No voy a ver esa película redundante. Decir que el mal está en el pasado nos ciega. Nos ciega para ver el mal presente. Los únicos para quienes el pasado sigue actuando en su conciencia son los negacionistas: habría que restregar a los ciegos la verdad que niegan: en 1930 había en Europa 10 millones de judíos, ahora solo un millón en toda la UE.



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