jueves, 4 de enero de 2024

Fallen Leaves (Kaurismäki)

 



Hay autores de los que esperas como un acontecimiento su próxima obra. Aki Kaurismäki es uno de ellos. No esperas tanto novedades como que se mantenga fiel a su estilo porque ahí reconocemos algo sustancial de nuestra época. A lo largo de la película, hojas secas recién caídas de los árboles son arrastradas por el viento. Junto a ellas, hombres y mujeres deambulan por la ciudad después del trabajo para llegar al bar, al parque o a casa y acabar la jornada. El paisaje, salvo las calles y los parques otoñales, es el de una ciudad cuya desindustrialización la ha llevado a la decadencia, como si volviésemos a los años 80, la época del desmantelamiento de las grandes factorías. Talleres o naves con maquinaria obsoleta, sucios, mal iluminados, trabajadores con monos descoloridos y grasientos y jefes autoritarios, de mal humor. En ese paisaje desolado se mueven Ansa, una reponedora de supermercado, y Holappa, un mecánico industrial que se refugia en el alcohol.


Cuando acaba la jornada, Ansa se prepara solitaria la cena en un humilde apartamento, mientras escucha las noticias de la guerra de Ucrania. Holappa, a veces acompañado de un amigo, a veces solo, pasa la tarde junto a cañas de cerveza y vasos de ginebra. Raramente levantan la vista para reconocer en otros su propio estado anímico. En una de esas es cuando el uno topa con el otro, Ansa con Holappa. Cada uno cree advertir en el otro un hueco en el que refugiarse. Pero son tantos los desengaños y las frustraciones acumulados que todo parece conspirar para que fracase una relación que nunca comienza. La propia desorientación, las malas costumbres adquiridas, la ciudad tan poco amigable.


La cámara estática refleja lo que tiene delante: la ciudad oscura sin alma, personas apáticas y distantes, sin conversación, interiores mal iluminados y mínimos, música antigua, baladas tristes que suenan en karaokes o en el tablero del coche. Hay, sin embargo, una voluntad de estilo en Kaurismäki, los fríos decorados, los encuadres estáticos que combinan colores planos y oscuros, el minimalismo, los actores que, aunque profesionales, improvisan en la torpeza de movimientos, en el hieratismo de su expresión, tiene un propósito, la continuidad del sinsentido humano. Los carteles cinematográficos aparecen por doquier, así como en los aparatos de radio la continua referencia a la guerra de Ucrania. Aunque es el Kaurismäki que conocemos de otras películas, con el mensaje de siempre, la desolación y la vida sin alma, nos atrapa en su fábula porque reconocemos la verdad que contiene.


Me he puesto luego con su película anterior, El otro lado de la esperanza (2017), Filmin, donde la historia de un inmigrante sirio, a quien no conceden el permiso de residencia en Finlandia, en paralelo con la bondad de un empresario que se propone ayudarlo, no funciona. Es difícil hacer un guion sobre la bondad. Kaurismäki quiso en esta ocasión ir más allá de su estilo.


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