martes, 19 de diciembre de 2023

Utz, de Bruce Chatwin

 


Chatwin era demasiado inteligente para escribir novelas. En Utz se permitió escribir una pero su inteligencia veloz e inquieta que trata de empaparse de todo cuanto ve e imagina no narra una historia sino muchas en una. Tiene un personaje, Utz, un coleccionista de figuras de Meissen, el último de una estirpe nobiliaria de Sajonia que ha quedado atrapado en la Praga comunista de la posguerra. Como la vida y las circunstancias no se le han dado demasiado bien concentra su amor en las pequeñas figuritas cerámicas. A su alrededor hay unos pocos personajes que como islotes sobreviven en la rancia monotonía comunista: Orlík dedica sus desvelos a la musca domestica o Marta, su doméstica, huérfana de un padre carpintero alcoholizado, que murió antes de tiempo.


A Utz va a visitarlo Chatwin por su fama de coleccionista justo cuando faltaba un año para la Primavera de Praga, y es así como nos enteramos de su vida. Volverá a Praga veinte años después, en 1987, cuando Utz ya había muerto, para ver qué había sucedido con sus porcelanas. De eso va está novela, si es que se puede denominar así.


Utz está lleno de pequeñas historias, algunas reales y otras imaginadas, como las que pasan por la imaginación del personaje cuando se le permite que salga de Praga y vaya a curarse una supuesta afección en el balneario de Vichy. Utz no ha sido agraciado por la naturaleza que sin embargo ha puesto en su mente parecidos deseos a los de cualquier hombre. Se imagina mujeres solitarias, abandonadas, anhelantes como él, ya entradas en edad, que podrían convertirse en sus amantes. Deliciosa su parodia de La dama del perrito de Chejov. Pero no tiene suerte. En Utz nos demuestra Chatwin, el gran novelista que pudo ser, pleno de recursos, y que no quiso o no pudo. Dominaba el idioma y la construcción de personajes y de escenas como pocos. A cada frase queda uno embobado por su potencia, al tiempo que disminuido en su voluntad literaria. Una novela que yo recomendaría a los esforzados de los talleres de escritura. Ahí está todo lo que necesitan saber, al menos todo lo que se necesitaba antes de la época de la literatura confesional, aunque me temo que voltearían decepcionados la última página no tanto por el arte de Chadwin, su deslumbrante inteligencia, su erudición, su perspicacia para los detalles - extraordinaria la historia de la compraventa de la pieza de Meissen El comedor de espaguetis-, sino porque verían ahogadas por comparación sus expectativas de escribir algo valioso (yo mismo).


Hay otros dos libros recomendables sobre el coleccionismo que el buen lector no habría de perderse, el ensayo de Philipp Blom, El coleccionista apasionado, y la extraordinaria historia familiar en torno a la colección de netsuke, las figuritas de cerámica japonesa, que es La liebre con ojos de ámbar, de Edmund de Waal.



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