viernes, 22 de diciembre de 2023

La última copa de Daniel Schreiber - Druk de Thomas Vinterberg

 



Druk (Otra ronda, 2020), la película danesa de Thomas Vinterberg, se abre y se cierra con un gran botellón juvenil, cajas de cervezas rotando al inicio y botellas de champán desparramándose al final. Siguiendo el ritmo de los descorches, el protagonista inicia una danza loca que en el último plano fijo de la película lo lanza, como en Thelma y Louise, hacia la ilusión mortal de ser pájaro. En ese plano está recogido todo lo que hay que saber sobre la bebida, que su promesa es un fracaso. Todo el mundo lo sabe, aunque los jóvenes, quizá, todavía no.


El sobrio Daniel Schreiber lo sabe. Su libro se titula en español como podría haberse titulado la película de Thomas Vinterberg, La última copa. El título en el original alemán, Nüchtern, se acerca mejor a lo que el autor quiere transmitirnos, la sabiduría del sobrio. Vinterberg monta su película sobre uno de los grandes hallazgos del cine, el fuera de campo: el contraste entre lo que estamos viendo y lo que sucede fuera de pantalla. Es el caso de Druk, dos realidades contrapuestas. El euforizante poder que promete la bebida: un padre melancólico y triste de pronto moviliza a su familia y, como apático profesor, hace que sus alumnos se diviertan: las aburridas clases de historia se hacen maestras de vida (esa historia sobre tres líderes cuyo nombre desconoces: dos grandes bebedores y un sobrio: ¿a quién votarías? Luego sabes que eran Roosevelt, Churchill y Hitler). Fuera de plano, el bebedor se convierte en adicto y pierde el control. En la secuencia final asistimos a la desbordante alegría (la 'gran fiera salvaje' de que hablan los neurólogos asociada al alcohol) de los alumnos que han conseguido pasar de curso con buenas notas. Una alegría que contagia a sus profesores alcoholizados pero que no puede seguir el espectador porque sabe: sabe (fuera de campo) que el protagonista está viviendo un drama. Su mujer le ofrece la reconciliación familiar, él la quiere, pero el alcohol gana la partida. El espectador vive el desdoblamiento: no se suma a la alegría que le llega de la pantalla porque sabe, lo que ve contradice lo que siente.



Quizá la palabra que más se repite en La última copa de Daniel Schreiber sea ‘sobrio’. Schreiber vivió su temporada de copas. En Nueva York en Berlín y en muchas ciudades del mundo que visitó, y en las que trabajó como periodista y escritor, se prometió muchas veces que aquella sería la última copa, pero siempre era la penúltima. Hasta que conoció Alcohólicos Anónimos y se convenció de que de verdad iba a ser la última, gracias a la regla básica del Just for today: hazlo hoy. Como el sobrio que es quiere transmitirnos todo lo que sabe: estamos rodeados de incitaciones alcohólicas, fiestas bañadas en bebidas, escritores que creen que bebiendo se abren a insólitas perspectivas, anónimos hombres tristes que bañan en alcohol el duelo, la soledad, su melancolía; que el alcoholismo es una enfermedad neurológica que se fija en la mente como se fijan las rutinas para aprender a andar en bici, una adicción; que hay que ver al alcohólico como un enfermo al que hay que ayudar y no compadecer; que muy difícilmente los adictos pueden superar la adicción sin ayuda.


Faltaban pocos días para el inicio del rodaje de Druk, con el instituto de la hija de Vinterberg, Ida, como plató y sus compañeros de clase como figurantes, cuando en una autovía de Bruselas un coche se empotró frontalmente con otro en el que iban Ida y su madre. Ida, con 19 años, falleció. Parece que el conductor se distrajo mirando el móvil. Thomas Vinterberg, al igual que Daniel Schreiber, bebía; asegura que ya no. Como toda obra de arte Druk tiene su contexto, el del autor y el de quien la percibe.





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