Cuando Liudmila Ulítskaya (1943) publicó 'Soniechka' (1992) el sistema soviético acababa de implosionar. En su memoria estaba fresca la vida gris, la condena que para cualquier hombre o mujer suponía haber nacido en aquellos años. Para quienes nacieron bajo el sistema, y que desconocían cualquier otra forma de vivir, la vida se asemejaba a la de un perro doméstico que desconoce la vida salvaje, una vida esclava que no sabe que lo es. Es lo que quiere transmitir Ulítskaya al lector. Ningún tribunal internacional ninguna comisión de la verdad ningún Núremberg enjuició los años del sistema soviético. A falta de esa condena que hubiese hecho del mundo un lugar más libre y limpio, y que probablemente nos hubiese evitado los años de Putin, Ulítskaya con mentalidad de artista pone en marcha las emociones para que el lector desavisado sepa de la degradación del vivir que aquel sistema suponía.
Más que un entramado de relaciones de los cuatro personajes protagonistas de esta historia, lo que la autora nos muestra es la atmósfera en la que aparecen sus vidas estancas. Aunque pudiera parecer que se nos ofrece el punto de vista de Soniechka como personaje principal, son más bien las impresiones de un pintor sobre un lienzo lo que vamos leyendo en esta breve novela. En una ciudad del interior cerca de los Urales, en una biblioteca de Sverdlovsk, Sonia, una chica judía poco agraciada, lee libros sin cesar, hasta el punto de que para ella son indistinguibles los personajes literarios de los de la vida real, hasta que un desconocido Robert Víktorovich se presenta ante sus ojos y le propone matrimonio. Entonces su vida da un vuelco. Robert Víktorovich pinta, se entrega sin recompensa a las infinitas variaciones del blanco.
"Sonia descubrió algo terrible acerca de su marido: era totalmente indiferente a la literatura rusa, la encontraba vacía, tendenciosa e insoportablemente moralista. Solo con Pushkin hacía una excepción, pero a regañadientes".
Sonia deja de leer para dedicarse a las labores del hogar. Cambian de ciudad, les alojan en apartamentos diferentes -Robert estuvo recluido en un campo-, obedecen sin que aparezcan porqués. Tienen una hija, Tania. Parece que la vida alcanza un equilibrio, una estabilidad, con la diferencia entre madre e hija de que para la primera la vida es una adaptación a las condiciones ambientales de la vida y para la segunda la búsqueda en los resquicios del sistema de una liberación a través del arte y el disfrute corporal. Tania a su debido tiempo llevará a casa a su amiga Yasia. De ella Robert Víktorovich cae enamorado, entonces se produce otro vuelco, Soniechka, se vuelve a adaptar, si esa es la palabra. Adopta a Yasia, la amante de su marido, como una segunda hija. Y durante un tiempo viven los cuatro en el mismo hogar. La vida de Yasia hasta ese momento ha sido un ejemplo de la vida sórdida normalizada.
Ulítskaya no denuncia el sistema más que de modo indirecto, mostrando sus consecuencias en la vida de cuatro personajes que no están en el centro de nada sino que arrastran sus vidas por un paisaje ya hecho, dado de antemano, sin posibilidad de evolución. 'Soniechka' parece escrita con un solo y largo trazo sin pausa para descansar, como un lienzo desplegado ante nuestros ojos. Vemos a los personajes estáticos como figuras en un paisaje que no pueden moldear.
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