«[Creo] que la consciencia de la fragilidad, de la finitud en el tiempo, de la vulnerabilidad, es el leitmotiv de la gran mayoría de las obras y decisiones de Homo sapiens. [En] el mundo animal, la enfermedad suele ser una circunstancia, no un estado. [Pero] el salto cualitativo fascinante, a mi parecer, es descubrir que la enfermedad no solo es capaz de condicionar la vida de una persona y su entorno inmediato, sino que, a gran escala, ha ido esculpiendo nuestra historia evolutiva con el cincel de la selección natural».
Como no hemos nacido con la omnisciencia y la eternidad propias de un Dios -el prometeico lamento de la humanidad, convertido en fuente de toda literatura- buscamos en las metáforas y comparaciones una idea de cómo funcionan el cosmos y el ser humano. Nuestros órganos sensoriales y nuestra habilidad para conceptuar son limitados (un espectro un poco más amplio que la capacidad perceptiva de un murciélago), orientados por la naturaleza hacia nuestra adaptación y preservación como especie. De ahí nuestro enorme esfuerzo por imaginar y experimentar como funcionan las cosas. La ciencia es un trabajo hercúleo que va dando frutos muy lentamente (gracias al cerebro colectivo, hipótesis), de ahí la ansiedad por acortar los pasos y adelantarnos en la comprensión: buscamos imágenes que anticipen la explicación científica. A lo largo de la historia ha habido muchas comparaciones sobre cómo funciona el ser humano: desde el animismo al mecanicismo, desde lo analógico a lo digital, dependiendo de cuál fuese en cada momento la imagen dominante.
María Martinón-Torres, directora del Instituto de la Evolución humana (Cnieh, con sede en Burgos), en este libro no se pregunta tanto cómo funciona el cuerpo humano sino por qué tiene tantas piezas defectuosas. El hecho de hablar de órganos funciones y cableado, desde la hipótesis central de la selección natural, la aproxima a la metáfora mecánica del cuerpo humano, no en vano la idea de la selección natural surgió en la época en que la máquina era la metáfora dominante. Si ya es difícil establecer cómo funciona nuestro cuerpo, mucho más lo es preguntarse por los porqués: por qué envejecemos, por qué la selección natural no ha arreglado tantas disfunciones como las alergias, los desarreglos alimenticios, las fobias y el insomnio, las enfermedades autoinmunes, el cáncer, por qué tenemos que pasar por una etapa tan dolorosa como la adolescencia, por qué nos siguen colonizando los patógenos o somos tan frágiles ante las toxinas, por qué seguimos siendo violentos, aunque sea en menor grado que en el pasado, por qué ese desfase entre nuestra biología y el ambiente en que se desarrollaron nuestras adaptaciones. y, la madre de todas las preguntas, por qué morimos. Son preguntas más filosóficas que científicas, pero la autora intenta aportar alguna evidencia a las hipótesis que plantea, intenta aproximarlas a las investigaciones que la ciencia tiene entre manos. Martinón habla claramente de hipótesis, al fin y al cabo nuestra comprensión de cómo funciona el cosmos y el cuerpo humano está fundado en hipótesis y muy pocas cosas todavía están establecidas como verdades definitivas.
Las hipótesis de Martinón no dejan de ser conjeturas aunque mejor asentadas, con más evidencias, que las hipótesis alternativas tan lastradas por el síndrome del atajo místico. La creencia de cualquier científico o filósofo, incluso del hombre común, de tener una clave interpretativa del cosmos y del hombre. Nuestro lenguaje está constreñido por nuestras capacidades cognitivas. Lo que podemos entender y expresar está cortocircuitado en las sinapsis neuronales. Sin embargo lo que no podemos obtener por la ciencia lo creemos obtener por algún tipo de creencia, un atajo hacia la omnisciencia que solo los dioses poseen. Comprendemos lo que percibimos (y nuestra capacidad se va ampliando continuamente) y, ay, lo que sabemos expresar. Más allá de esa frontera que constituye la naturaleza humana, el atajo de la mística y su balbuciente decir.
El libro está maravillosamente escrito y las preguntas que plantea son pertinentes. Martinón se ha especializado en antropología médica y forense, más tarde su carrera derivó hacia la paleoantropologia, y más específicamente hacia la paleopatología, el estudio de las enfermedades del pasado. En las enfermedades del pasado quiere ver cómo la especie humana ha ido adaptándose al mundo en el que ha surgido y, de paso, comprender por qué aún persisten. Un concepto, pleiotropia, intenta explicar la ambivalencia de la adaptación evolutiva, nos hemos ido adaptando a las condiciones cambiantes del ambiente a costa de desajustes derivados de una biología que evolucionó en un entorno completamente distinto, de lo que se derivan los cuadros autoinmunes, el cáncer, las alergias, las fobias, el insomnio. Arrastramos adaptaciones a amenazas que ya no existen y nos faltan defensas frente a enemigos nuevos. Por qué somos como somos.
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