Las uvas del paraíso |
Si la desconsideración hacia la mujer en el mundo de la religiones monoteístas parte de una mala traducción, según los especialistas, de la palabra hebrea ‘tzelá’, del Génesis, que debería haber sido traducida por ‘al lado de’ (Adán) en vez de por ‘costilla’ (de la que surgió Eva), un revolcón no retroactivo de grandes consecuencias para la historia de la civilización cristiano occidental,
entonces, ¿qué habría sido de la islámica si cada uno de los jóvenes guerreros caídos en la yihad no habría de esperar 27 vírgenes en el paraíso, siempre a su disposición, para ofrecerles inenarrables placeres, sino tan solo el mismo número de uvas blancas con que reconfortarse o si lo que exige la famosa sura n.º 24 a las mujeres no es un pañuelo con el que taparse y ocultar la cabeza sino un cinturón con el ceñirse la túnica? Así habría de desprenderse de una traducción e interpretación de los versículos coránicos que tuviese en cuenta el sirio-arameo coloquial de los primeros testimonios que dieron cuenta de la predicación de Mahoma.
La primera escritura del Corán data de 25 años después de la muerte del Profeta, en tiempos del tercer califa Uthman (656), y la redacción de un texto legible más o menos independiente de la tradición oral, con instrucciones sobre la pronunciación y significado de los signos consonantes, hubo de esperarse al menos 100 años más. Si el Evangelio más antiguo es el de San Marcos, escrito entre el 65 y el 70 de nuestra era, la distancia de su escritura a la crucifixión fue de entre 35 y 40 años. Lucas y Mateo escribieron diez o veinte años más tarde y Juan otros veinte años más, sin tener muy clara la identidad que se esconde bajo esos nombres.
Hay distancias que parecen insalvables entre la época en que el profeta o el fundador de una religión predicaba la buena nueva (Jesús durante sólo tres años, Mahoma durante veinticinco) y cuando los escritos proféticos vieron la luz antes de ser fijados y más hasta que se impuso una interpretación sobre otras muchas. Qué tiene que ver el pacífico y a la vez revolucionario Jesús del Sermón de la Montaña con el ‘miles christianus’ de la Iglesia guerrera medieval o con la burocratizada Iglesia posterior; qué tiene que ver la yihad guerrera y expansiva del siglo VII, conquistadora de medio mundo, del Guadalquivir hasta el Indo, con la yihad interiorizada, cuando el Islam se convirtió en una cultura universal dirigida al hombre común y no al guerrero.
Cómo se propagan esas religiones milenarias en este tiempo, en el que la gran mayoría de cristianos y musulmanes lo son como consecuencia de la explosión demográfica, porque les ha tocado nacer donde han nacido. ¿De dónde procede su fe? ¿Son creyentes, ya no militantes, por tradición familiar o, en los nuevos territorios, como Corea o China, porque está de moda ser cristiano? ¿Tiene alguna ventaja simbólica o emocional ser creyente hoy, una manera de ser moderno, quizá, como ser fan del Madrid, del Barça o del Manchester?
No hay comentarios:
Publicar un comentario