jueves, 17 de noviembre de 2022

The Wonder (El prodigio)

 

Si el cine pudiese colgarse como cuadro en un museo, habría películas para el Prado y películas para el Reina Sofía. The Wonder (El prodigio) estaría entre las primeras y Crímenes del futuro entre las segundas. La primera, recién estrenada en Netflix, se deja ver, la segunda, en los cines, es híspida.


Sebastián Lelio, en una panorámica inicial, nos invita al gran plató donde se dispone a rodar The Wonder, llevando la cámara hasta el primer cuadro, el interior de una casa irlandesa de mediados del siglo XIX. Si aceptamos el juego y suspendemos la incredulidad, de la mano de la enfermera inglesa que representa Florence Pugh, entraremos en una Irlanda que está saliendo de una terrible hambruna, pintada con los tonos sombríos de la paleta realista. El sol está lejos, los campos se muestran poco propicios y, en los interiores, la oscuridad es apenas desvelada por frágiles velas. Un realismo que quiere descubrirnos la luz y la sombra de un prodigio. Una niña de once años lleva meses viviendo sin sustento. La cuidan sus devotos padres, la visitan las gentes curiosas y en el pueblo se ha creado un consejo para estudiar el fenómeno. La enfermera junto a una monja deben testificar que el prodigio es auténtico.


Lelio, varias veces a lo largo de la película, se dirige a nosotros, mirones, mediante personaje interpuesto, a lo Bertold Brecht, para que mantengamos la distancia. No hacía falta porque el personaje de Florence Pugh ya cumple esa función. Más parece un truco para distanciarnos del esteticismo que impregna toda su película, demasiado Courbet, Millet y Daumier, especialmente George de la Tour, un atracón esteticista que acaba por apartarnos del asunto que parecía el núcleo de la película, la niña poseída por la fe. Para que la cosa no quede ahí, una sucesión de cuadros bonitos colgados en una sala del museo sobre el que posamos una mirada distraída, los guionistas han encontrado el modo de conectarlo con nuestras preocupaciones presentes: hay explicación para el milagroso ayuno de la niña. Lo dejo ahí, sin descorrer el velo del spoiler.


Las ventajas que tienen los museos sobre las cinemáticas es que en los primeros puedes pasearte echando una mirada descuidada sobre la mayor parte de los cuadros y detenerte allí donde algo te llame la atención. En las cinematecas estás condenado a ver una película cada vez; puedes verla hasta el final o salir dando un portazo, no tienes más opciones. Este sería el caso de Crímenes del futuro, una inarmónica nadería de David Cronenberg quien, tras concebir películas notables como Promesas del este, Una historia de violencia, Inseparables o Crash, ahora se asemeja al marinero que ha perdido la gracia del mar.



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