jueves, 27 de octubre de 2022

Mémoire de fille, de Annie Ernaux

 



«J’ai voulu l’oublier cette fille. L’oublier vraiment, c’est-à-dire ne plus avoir envie d’écrire sur elle. Ne plus penser que je dois écrire sur elle, son désir, sa folie, son idiotie et son orgueil, sa faim et son sang tari. Je n’y suis jamais parvenue.»



Los constituyentes básicos de nuestro cuerpo, las células, van cambiando a lo largo de la vida, de tal modo que lo que somos hoy desde el punto de vista físico químico nada tiene que ver con lo que fuimos. Sin embargo la memoria de lo que vivimos no desaparece del todo, permanecen rastros en la compleja arquitectura de la mente. Hechos del pasado vuelven para atormentarnos o alegrarnos, dependiendo de cómo revivamos el momento. Hay muchas maneras de revivir un hecho significativo: en una conversación, frente al psicólogo o el psicoanalista, en un sueño, en soledad o pugnando para que si el recuerdo es doloroso no vuelva.


En 2014, la escritora francesa Annie Ernaux reciente Premio Nobel, decidió rescatar un hecho de su posadolescencia. En una colonia de verano, en 1958, en un pueblo de Normandía, S junto al Orne, "cuando las chicas metían en la maleta un paquete de compresas preguntándose, entre temerosas y deseosas, si sería ese verano la primera vez que se acostarían con un chico", la chica de 19 años que ella fue tuvo su primer encuentro sexual con el monitor jefe de la colonia, profe de gimnasia, de 22 años, siendo ella misma monitora primeriza. Ernaux afirma que en su escritura no hay ficción sino que procura ser lo más fiel a la realidad. La autora dedica la primera parte de la novela, podemos llamarla así porque al fin y al cabo está escribiendo un relato, al suceso de la colonia, la segunda, al cambio que se produce en aquella chica en los dos años posteriores cuando, consolidándose en ella la desazón y la vergüenza (‘La gran memoria de la vergüenza’), trasteada por la bulimia y la amenorrea (‘¿En que se ha convertido?’), tras pasar unos meses en la escuela normal de Rouen con la intención de ser maestra y casi un año en un barrio de Londres como au pair, descubre, ya en la facultad de filosofía y letras, una salida, su vocación de escritora, autoconvencida de que “lo que cuenta, no es lo que sucede, es lo que se hace con lo que sucede”.


Tenemos por tanto el hecho en bruto de la entrega entre inconsciente e impulsiva de una muy joven Annie Duchesne, colonizada su mente por revistas, novelas al modo de otra chica de Rouen, Madame Bovary, a un chico algo mayor que ella y en una posición social superior y la elaboración literaria de aquel suceso 56 años después, pues empezó la escritura del relato en 2014, por una escritora reconocida, Annie Ernaux. Ambas, Duchesne y Ernaux, separadas en el relato por un 'je' y un 'elle', son diferentes, una cercana a las pulsiones naturales del cuerpo, el deseo y la vergüenza, el amor y la frustración, la otra a la fría distancia analítica de los años y de la escritura elaborada, con la voluntad más o menos consciente de convertir el hecho en significativo.


Entre esos dos polos, el pulsional y el analítico, está la mente del lector y su propia memoria. ¿Quién no mira hacia atrás y hace de un hecho del pasado un instante que irradia hacia el presente e ilumina la trayectoria vital?


Annie Duchesne, 1958

Y si pudiésemos mirar desde fuera, con total objetividad, prescindiendo de impulsos y emociones, estaría la época y su determinación. Se podría pensar que el cuerpo es un campo de batalla desde el momento en el que todo lo que vivimos pasa por la conciencia. En Annie Duchesne hubo dos momentos: la pulsión que le movió a entregarse al monitor jefe, y a ocho chicos más, y el posterior, cuando se vuelve consciente de la mirada de los otros, 'la chica fácil'. En esa mirada y en la vergüenza consiguiente está la época. Annie Duchesne, incómoda en las costuras de su cuerpo, consciente del castigo que la época le inflinge, decide como salida airosa convertirlo en escritura. En Annie Ernaux, la escritora, también hay dos momentos: rescatar a aquella chica que ella fue, movida por las canciones (Dalida: ‘El verano de Mon histoire c'est l,'histoire d'un amour') y el cine (la Bardot: 'Y Dios creó a la mujer') de la época, ya no un remedo de la Bovary del XIX sino una precursora de lo por venir (Simone de Beauvoir y El segundo sexo, la revolución del 1968), enfrentada al poder incontestado y brutal de los hombres: “Le levantan las faldas o le bajan la cremallera del vaquero a la vez que le dan un beso. Tres minutos, entre los muslos, siempre. Ella dice que no quiere, que es virgen. Ningún orgasmo jamás”. Hoy diríamos que en aquella noche, en aquel cuarto, hubo una violación, pero entonces nadie lo veía así. Y, el segundo, dar sentido a su opción vital, ofrecerse como objeto de escritura, el cuerpo donde la época va dirimiendo sus batallas, "un ser literario, alguien que vive las cosas como si un día debieran escribirse". Pues es en la conciencia donde uno cede y acepta la derrota o se rebela para dirigir su propia vida: "Pensamos que ella [la mujer] tiene que elegir entre la afirmación de su trascendencia y su alienación en objeto", Simone de Beauvoir, en El segundo sexo, 1959.


¿No habré querido, subrepticiamente, desplegar ese momento de mi vida para experimentar los límites de la escritura, llevar hasta el extremo la lucha contra la realidad? Quizá también cuestionar la figura del escritor al que se me remite, destruirla, empeñarme en denunciar una impostura, algo así como 'no soy esa que piensa todo el mundo', eco no tan remoto de 'soy esa a la que soba todo el mundo', que los monitores me soltaban entre risas burlonas al pasar”.




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