Un director y su novia se recluyen en el verano de una isla sueca, la isla de Fårö, aprovechando que han sido invitados a una boda. Ambos tienen dos proyectos que rematar, él una película y ella un guion. En verano, la isla se llena de turistas culturales. Se les ofrece un tour por los lugares donde el más famoso de los directores suecos rodó películas y dejó su huella, pues el título de la peli sirve de brújula para saber cuáles son sus intenciones. La pareja se aloja en la casa en que vivió Bergman, con sus muebles, su despacho, su decoración. Junto a ella un viejo molino eólico acondicionado le sirve a la novia para concentrarse en su atascado guion. Él es más mayor y tiene una carrera detrás, lo que explica el privilegio que le conceden. En la cinemateca de la isla, ante un público devoto, pasan una película suya. Por la breve secuencia que vemos en blanco y negro: una mujer que huye desquiciada, con un cuchillo en la mano, de un hombre que no parece perseguirla sino cuidarla, y su dramático desenlace, intuimos la gran influencia del maestro que el público entregado reconoce con aplausos. Ella pertenece a una generación más joven, intuyo que la de la directora de Bergman Island. Mientras él se deja guiar en el tour por los lugares de Bergman, desalentado porque ella no le acompaña, ella, sonriente y juvenil, prefiere deambular por la isla, dejándose llevar por un joven que ha conocido por casualidad.
Mediada la película, la directora de Bergman Island, en un juego de matrioskas, decide filmar el guion en el que está trabajando la protagonista, que toma una parte de lo que está viviendo para convertirlo en representación. La isla, la boda, una pareja que llega, el amor, el desamor, el miedo a la soledad. La novia le cuenta a su pareja lo que ha escrito y sus dudas; el director la escucha con atención relativa, pues el relato se interrumpe con las llamadas continuas de los productores atentos al progreso de su película, mientras vemos esas escenas filmadas. En las últimas escenas veremos a los cuatro protagonistas, los de Bergman Island y los del guion filmado, compartir los últimos momentos antes de despedirse para volver a sus casas.
Ingmar Bergman fue un director de gran influencia en un par de generaciones europeas. Se podría decir que para muchos su cine era el cine verdadero. Cada estreno era un acontecimiento. Íbamos como creyentes a una misa. Las discutíamos, las interpretábamos, nos dejábamos llevar por su mística. Pues es indudable que era cine religioso, descreído, angustiado, pero religioso, en una época en que la religión todavía no había desaparecido de Europa, lo impregnaba todo hasta que, como el éter, despareció sin que se la echemos de menos. Todo él teñido por el blanco y negro del existencialismo, la filosofía de la posguerra. Las últimas películas de Bergman adoptaron el color, se hicieron más crudas, corroídas por la desesperación.
Mia Hansen-Løve muestra la ambición de reflejar todo eso: el peso de Ingmar Bergman en la generación que representa Tim Roth, cómo de algún modo modeló, junto a otros (Sartre, la chanson, Paris, Kierkegard, Heidegger) el espíritu de la época. Donde menos acierta, creo, es en el intento de darle continuidad, un Bergman para las generaciones más jóvenes, entre otras cosas porque no creo que hayan visto sus películas, salvo la serie basada en su Escenas de un matrimonio. Es lo que sucede con el guion representado en la segunda parte, el guion del personaje que protagoniza Vicky Krieps, que es la propia Mia Hansen-Løve, y que, aunque le falta fuerza dramática, está estupendamente representado por Mia Wasikowska. No hay suficiente angustia y desesperación, no hay los gritos y susurros que delataban un ansia de trascendencia. Aun así la película merece la pena, se sigue sin que la atención desfallezca. Es más alegre que triste, más luminosa que sombría. Vitalista, poco bergmaniana en ese sentido. La recomiendo, está en cartelera.
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