Nuestra incapacidad de saber es de hecho una expresión de la auténtica naturaleza de las cosas. (De Sautoy)
Puede ser un error incluso un desvarío ordenarse sacerdote o militar en el partido socialista, entregar tu vida a una creencia, sea esta la existencia de un Dios entrelazado con tu alma inmortal o la de instaurar en el mundo la igualdad, sin convertirte por ello en un violador de niños o en un político corrupto. La mayoría de los sacerdotes no lo son, como tampoco los políticos socialistas, una oposición tan repelente como la de un carnicero vegetariano. Aunque a la mayoría nos suene extraño, ambos entregan su vida a la búsqueda de la verdad.
Sin embargo si el lector sigue las portadas y las innúmeras páginas de El País, los sacerdotes son pederastas y la Iglesia, en su práctica, inmoral. Lo mismo sucede con los periódicos de derechas: todo el PSOE es Chaves y Griñán. La perversión moral y la corrupción serían intrínsecas a la condición de sacerdote o socialista.
Por el contrario, habría que apreciar el gran valor del sacerdote célibe que en su evangélico amor a los niños, incluida la práctica catequética, hace voto de castidad, como el político socialista imbuido de amor a lo público rechaza la tentación de enriquecerse que acompaña a la cercanía al poder.
Antes de decidir ordenarse sacerdote o fichar en una casa del pueblo, uno y otro se encuentran en una superposición de estados (una nube de probabilidades) descrita por la función de onda; cuando se ordenan o pagan la primera cuota se produce un cambio brusco en su condición: cambia su manera de ver el mundo, también la manera en que a partir de ese momento son vistos. Ordenarse, afirmar la fe socialista, imprime carácter.
El mundo es un sinfín de posibilidades cuya suma es el comportamiento humano. Tenemos una idea de moral y de justicia porque hay pederastas y políticos corruptos. En un mundo perfecto, donde todas las acciones estuviesen reguladas por el mecanismo de un reloj, no tendríamos necesidad de códigos morales ni de leyes. Pero el mundo no es newtoniano sino schrödingeriano, no es determinista sino probabilista. Cada uno de ellos, el sacerdote y el socialista, creen que el mundo está mal hecho: por ese hueco de imperfección penetran tanto su fe reparadora, Dios o la Revolución, como los hombres que en la partida de lotería probabilística reciben las peores cartas. Coincidimos con ellos en que el mundo es incognoscible, desordenado e imperfecto, pero así como ellos creen saber cómo rellenar el hueco, los demás desconfiamos de nuestras capacidades y convivimos con la incertidumbre.
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