Digámoslo, Hollywood es una industria de actores. En un tiempo mejor que este para la ficción, se decía star system. Solo puntualmente aparece algún guionista que da fondo a las historias. Películas y series ofrecen actores de carácter, jóvenes fuertes guapos excéntricos raros. La tiranía del actor es un subproducto de la falta de guionistas. Como escasean los guionistas de genio, la industria es esclava de este tiempo, de su flojera moral. Vemos encarnada y a veces anticipada la espuma del cambio social, pero no el movimiento profundo. El gran cambio, lo que revoluciona la vida no se ve.
Viene esto a cuento de las últimas series que he visto: Sucesión, Ozark y, recientemente, Minx y Hacks, y otras muchas que voy probando sin que pueda pasar del primero o del segundo capítulo. Al principio atractivas, con puntos de vista originales o variantes interesantes de la mecánica de género. Pero en su desarrollo, se van imponiendo los actores a medida que va decayendo la trama hasta ir convirtiéndose los capítulos en un retorcido bucle que se repite sin cesar. El ejemplo máximo, la última temporada de Sucesión. Lo mismo sucede en la chiquita industria audiovisual española, con el agravante de que nuestro star system cree con poco esfuerzo haber alcanzado un Olimpo que les da una visión superior sobre las cosas y, en consecuencia, el derecho a tener un trato y una jubilación a la altura de un ministro.
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