Hace mucho calor en esta parte del país alejada de la costa, pegada a las fronteras de Guinea Conakry y Mali. Aunque en los poblados hay diferentes etnias con características distintas, pues entre ellos se señalan como este es Peul, este otro Bédik, aquel Bassari, se ve una cierta bienllevanza, también una jerarquía: el jefe y los demás, los hombres, las mujeres los niños, los adultos con niños y los viejos. Los niños y los viejos al final de la escala. Pero el poco tiempo que pasamos con ellos impide saber realmente cómo funciona la sociedad en uno de estos poblados y si las impresiones son todas falsas. Se muestran amables y sonrientes pero si uno les sigue, más allá del grupo que atiende, se ve cómo enseguida se le muda el rostro hacia la seriedad y una cierta tristeza. Aunque esa me parece una característica común al humano en general pues la advierto por igual en cualquier país de Occidente. Los poblados que visitamos están instruidos por nuestro guía basari, que es muy conocido por toda la región. Por eso no extienden la mano sino que esperan que salga de nosotros el regalo. Aceptan cualquier cosa, ropa material escolar arroz o dinero. Nuestro guía nos dice que no hagamos regalos individualizados, pero siempre hay quien los hace.
Hoy no bajamos de los 40 grados. Nos detenemos en una cooperativa de mujeres. Cultivan un amplio campo con verduras y legumbres propias de la tierra. Están sacando agua de un pozo tirando de un cordel a través de una polea. Normalmente está mecanizado gracias a unos paneles solares pero desde hace una semana tienen estropeado el mecanismo. Se colocan los baldes sobre la cabeza y van regando las plantas. Nos dejan que las fotografiemos, les preguntamos cómo funciona su sistema. Son amables, sonríen están solas. Al terminar el guía les da dinero de parte nuestra.
Un poco más allá paramos en otro poblado. La temperatura es insoportable. Nos congregamos bajo un mango, el árbol frutal más común en el país. La sombra es generosa. Unos amplios bancos de rafia nos permitan sentarnos. Alrededor una multitud de niños y mujeres nos aguarda. Hacemos bocadillos de sardinas. Abrimos las latas, el pan, cortamos en láminas unos tomates. Y repartimos los bocadillos entre nosotros. Es día de ramadán y los adultos no comen ni beben, aunque los niños menores de nueve años si pueden. Me produce una vergüenza insoportable. Me voy lejos, buscando una sombra, apartándome del grupo. El guía nos explica una y otra vez que estás inmersiones en la vida de la gente del país nos permite conocerlos y a ellos les ayuda. Puede que sea así, que no sea una afrenta para los niños que nos miran cómo comemos. Cuando lo comentamos todos nos sentimos mal. Si algún efecto se ha producido es la autohumillación.
Es difícil encontrar el equilibrio si no imposible. Por un lado está el empeño en conocer a los distintos por parte de los occidentales haítos. Por otro la distancia material que nos separa. Nos dan ellos a nosotros más de lo que podamos darles. No está en nuestras manos reducir la distancia. Impotencia caridad curiosidad compasión todo, todo se mezcla.
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