lunes, 7 de marzo de 2022

Autómatas del discurso

 

Llevan décadas ahormando su forma de pensar con el lenguaje posmoderno, la mente conformada por un vocabulario inflexible, impedida de aproximarse a la realidad. A fuerza de repetir frases, de adoptar las mismas ideas, el mismo tono de voz, la misma posición ante cualquier asunto, son incapaces de comprender la realidad cambiante, lo nuevo para lo que no están preparados.


Son pocos y podríamos apartarlos de nuestras preocupaciones, darlos por amortizados. Están en el gobierno pero su acción ha sido minúscula, entretenidos como están en el discurso, en la fraseología posmo. Se aferran a las sillas del consejo de ministros y a la cascada de cargos de jugosa paga que perderían si renunciasen, si fuesen consecuentes con lo que dicen. Pero nunca han sido consecuentes, la moral pública se les escapa, la desprecian, porque lo único que entienden son las relaciones de poder, cómo conseguir un poco más, cómo mantenerlo y ampliarlo, cómo colocar a los suyos.


Pero son útiles. Nos hacen ver que el discurso posmo no solo es discurso vacío, banal, hecho de palabras huecas, de frases repetidas hasta el sinsentido, que han envenenado la conversación pública pues se infiltran en el habla de la gente común, la pervierten y banalizan y, de ese modo, sin querer, penetran en la percepción, encorsetándola, simplificando la forma de ver las cosas, porque a las propias cosas no llegan, solo a la forma de percibirlas. Es útil ver cómo detrás de la palabrería ñoña no hay nada, hombres y mujeres convertidos en autómatas del discurso. De pronto los vemos solos, rodeados de cargos públicos, a los que se aferran para mantener un modo de vida, el único modo de vida para el que estaban preparados.


No hay que temerlos, no están hechos para le democracia, para la libre deliberación, son la vacuna contra la autocracia y el totalitarismo. Durante un tiempo se apoderaron de los altavoces y ocuparon más tiempo y espacio del que les correspondía. Han supuesto un coste económico y psicológico, pero toda una generación necesitaba ser vacunada contra las ideologías del ruido. Hoy, verles como altoparlantes es un recordatorio del daño que la necedad causa. Que sigan, pues.


Es útil ver su decadencia, sus palabras cayendo y astillándose a medida que salen de su boca seca, pronunciadas en corros de fervor sin fe, es útil ver su soledad de parroquia, su incapacidad de ser seres morales, es útil porque nos da la oportunidad de refrescar la conversación, de rescatar las palabras gastadas, de inyectar confianza y fe en los hablantes, liberados del ruido sesgado que nos ofuscaba.



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