martes, 15 de febrero de 2022

Josefina (2021)

 


El cine es a veces, no muy a menudo, contemplativo. Una continuación de lo que hacemos en la vida real. Hay quien se queda en un banco de un paseo y ve pasar a la gente. Observamos la apariencia y la conducta de nuestros congéneres esperando entrar en su alma y comprender la nuestra. Nos vemos a nosotros mismos, lo que fuimos o lo que seremos. No suelen tener éxito este tipo de películas, como no lo tienen los libros de poesía o los reflexivos. Se suele preferir la acción, el entretenimiento, el fluir vigoroso de la vida. A los jóvenes no les interesa anticipar qué será de ellos en unas décadas. Y los viejos ya no ven películas cuando la vida ha pasado para ellos. Así que películas como Josefina solo pueden interesar a quienes están abandonando el trajín y su vida declina. También podría interesar a quienes tienen una sensibilidad educada, siempre y cuando la contemplación acumule suficiente poesía.


Josefina es una película sencilla protagonizada por un hombre y una mujer cuya vida se está doblando hacia la segunda etapa. Él es un hombre solitario sin familia que trabaja como vigilante en una cárcel madrileña. Ella cuida de un marido con una grave discapacidad. Acude semanalmente a ver a un hijo que está en la cárcel. A través de las pantallas que vigilan lo que sucede en la cárcel, el hombre se fija en la mujer. Después coinciden en el bus que les lleva o les devuelve de la cárcel. Ambos muestran una timidez que nace de la derrota irreparable. Sobre todo en él las palabras para aparecer en su boca requieren de una fortaleza de la que carece. Ambos buscan la cercanía, porque adivinan en el otro su igual, les cuesta mirarse a la cara y tienen que hacer un esfuerzo sobrehumano para decirse alguna cosa. El hombre se cree con tan poco valor como para contarle una mentirijilla, oculta que es un vigilante de seguridad y cuenta que en la cárcel tiene una hija.


Las peripecias que suceden son pocas, los diálogos tan estrangulados que Roberto Álamo y Emma Suárez no han tenido que hacer un ejercicio de concentración para aprenderlos, aunque han tenido que vaciarse para representar a esos dos personajes terminales. Los vemos caminar hacia la cárcel, sentarse en el bus o prepararse el té en casa, o realizar el supremo esfuerzo de levantar los ojos para mirarse. Esperamos angustiados cuando están juntos a que se digan algo, pero el tiempo pasa y de su boca no sale una palabra. Habrá quien no soporte la lentitud de esta película, pero a partir de cierta edad la vida se ralentiza de tal modo que solo viéndola desde fuera se la puede contemplar en su exacto devenir.


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