sábado, 23 de octubre de 2021

Valdiniense 2

 


Al salir de Gradefes un hombre agitanado -no es menosprecio- recostado en un pretil me ha pedido un cigarrillo. No diría yo que tengo pintas de fumador. Esperaba algo porque era muy temprano y no había nadie en la calle salvo nosotros dos.


Más adelante ya en el camino, después de chuparme varios kilómetros de cascajo, veo pasear a un hombre con dos perros; lo veo a lo lejos, ni siquiera tengo oportunidad de saludarlo.


Por qué se pone uno a caminar, sino porque siente que la vida se le va escapando.


En Villanofar veo a un hombre soltar las vacas en un prado. Le doy los buenos días. Por detrás su madre, una mujer encorvada va apartando con un rastrillo la mierda que las vacas han ido dejando. Tan atareada que no me ve y tengo que decirle bien alto, buenos días.


A mí paso por una granja solitaria, me salen dos enormes mastines, acompañados de tres o cuatro perrillos, gritones todos, una de los mastines preñada. Me quedo quieto esperando que alguien salga en mi socorro. Aparece un hombre, y en el porche de su casa una mujer, me dicen que no tenga cuidado, que son cariñosos. La mastín se me acerca y me huele las partes. Se extraña el hombre de que haga el camino Valdiniense al revés.


En Carbajal, cuatro mujeres compran pan en una furgoneta. Me ofrecen un café, pues en todos los pueblos de alrededor no hay bar. Una de ellas, la más sonriente la más joven, en sazón diría uno, está en un deshabillé muy prometedor. Avergonzado por mis malos pensamientos les digo que voy con prisa.


Dos ovejas, animadas por el movimiento rítmico que llevo, comienzan a seguirme cuando voy entrando en un pasillo de robles para desesperación del pastor, que empieza a silbar piezas de repertorio sin que le hagan mucho caso.


Hago kilómetros y kilómetros hasta Cistierna por un antiguo camino, un toldo y una alfombra de las hoja amarillas y verdes de un robledal. 


Hago un descanso en Cistierna, me siento en una plaza y como dos pequeños bocadillos que me quedaban. Después busco una cafetería, pero todos son bares que por la hora están atestados. Al fin doy con una regentada por un chino. Me tomo un café y la pasta dulce que me pide el cuerpo, increíblemente barato: uno veinte. ¿Si todos los bares del pueblo estaban a tope y este casi vacío, será que la gente desprecia lo barato o que desprecia al chino?


Siguiendo la ribera del Esla, llego a las impresionantes ruinas de la antigua ciudad minera de Vegamediana. Ni un alma a mí paso, tan solo reliquias de lo que alguna vez dio vida a este valle y a su gente.


Antes de llegar a Sabero, he tenido que dar marcha atrás hasta encontrar un puente para pasar al otro lado. Dos perracos se han plantado delante de mi camino amenazadores. Muy amables no parecían. Me han fastidiado el paseo a lo largo del Esla. La carretera también sigue su curso pero evidentemente no es lo mismo.


He vuelto a cruzar justo a tiempo por el puente colgante de Aleje para iniciar al otro lado el sendero que remonta el río por su misma ribera: una delicia de paseo al atardecer. 


El último tramo ha coincidido con la calzada romana del Esla desde Valdoré, remontando hasta que el río queda abajo, ofreciendo bonitas perspectivas. De la calzada  queda poco, pocas losas y mucha piedra que la naturaleza y el tiempo han sublevado contra el artificio romano. El paisaje, las vistas son espléndidas, como digo, pero al ser última hora de la tarde y tener muchos kilómetros encima se me hace duro caminar sobre las piedras.


En Villayandre, donde acaba o comienza el tramo de la calzada romana, según dónde vaya uno, hay mujeres que pasean. Les pregunto cuánto se tarda en llegar a Crémenes. No lo sabían. Una de ellas, solidaria, me ha ganado un ojo.


De Villayandre a Crémenes es una delicia el pasillo de hojas amarillas y verdes de avellanos, con el murmullo del río al lado. No hay albergue y la casa rural que los peregrinos aconsejan se ha subido a la parra, 48 € por una cama. He encontrado otra por 35.


No hay músculo o articulación que no me duela.


No hay comentarios: