sábado, 9 de octubre de 2021

Una minoría levanta la carpa

 


En una sociedad ideal, es decir en una sociedad democrática, alguien se plantearía la pregunta, ¿Cómo es posible? Para una sociedad no democrática esa pregunta no cabe: no hay un dedo que señale a los acosadores violentos que están en la mayoría, en el grupo dominante y mayoritario de esta sociedad, que defienden violentamente la mayoría, nuestros chicos; la sospecha, después de la agresión, cae sobre los minoritarios, sobre los minúsculos, más molestos cuántos menos sean. Qué se han creído, adónde van, a quién representan, quién anda detrás de ellos. 'Algo habrán hecho'. ¿Es que no ven lo que opinamos todos? Así que nadie con autoridad se molesta en desmentir la acusación de que son fascistas. Lo son puesto que no aceptan las reglas impuestas por la mayoría: no sale a desmentirlo el gobierno, el govern, no sale el rector, ni los rectores, a dejar limpia la mesa en la que las opiniones deberían exponerse con libertad. No sale la sociedad la gente el pueblo, pues ¿cómo van a contradecir la posición mayoritaria? ¿Alguna vez el pueblo se ha contradicho a sí mismo? ¿Es que el govern y las universidades, la televisión las radios y los periódicos, los escritores y las academias, los clubs de fútbol y las asociaciones, la gente de la calle ‘donde no hay problema alguno’, habrían de torcer su brazo para complacer a estos pocos que levantan una carpa en el campus para defender qué? ‘Qué es fotin’, ‘que us bombin’. Por qué no se quedan en casa, por qué no se van. Cuándo se van a enterar de que aquí nadie les quiere. Y encima van de víctimas.


Quién, que dependa de la mayoría, va a levantar la voz para señalar la violencia que le apoya contra los pocos que le pueden poner en evidencia. No un político, que en el programa de su partido defiende la independencia, la separación, la exclusión, aunque no con esta palabra, por todos los medios. No un periodista de la tele pública o de la radio pública o de la prensa pública, y de la privada, porque está ahí, tiene ese puesto, porque la mayoría se lo ha dado; no va a quitarse a sí mismo el puesto y el salario, el honor y el nombre. ¿Un Álvarez sindical, un Ramoneda periodista, un rector votado, un Quim Monzó escritor, un Hernández futbolista, un Iceta ministro, podrían? No podrían, no pueden, ya no.


Y qué hay de un uomo cualunque, un hombre aseado, tranquilo en su casa sin salario que agradecer, un hombre sin dependencias, ¿qué hay de sus sinapsis, podría desenredarlas? Un trabajo mayor, preferiría no hacerlo. Entonces, una pregunta sencilla, ¿cómo las sociedades democráticas han llegado a ser democráticas? Gracias al tesón de las minorías, gracias a esos pocos muchachos que un día levantaron una carpa, los violentos se la destrozaron y la volvieron a levantar, una y otra vez la levantaron hasta que los violentos se cansaron de destrozársela. Siempre y solo las minorías, a menudo la minoría de un hombre solo.


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