jueves, 25 de febrero de 2021

Tiempo de magos, de Wolfram Eilenberger

 


Cada época se hace la pregunta que necesita, a menudo la que está en condiciones de responder. Durante siglos la humanidad preguntó acerca de Dios. Algunos siguen haciéndolo, aunque la mayoría de cuantos lo invocan lo hacen como un dato de la realidad, sin preguntas que hacerse, masas enteras inconscientes aún de que pueden ser autónomos. Los griegos y después Descartes preguntaron sobre la existencia del mundo y sobre qué lo constituía. Esa pregunta permitía separar al hombre del mundo envolvente, el objeto en cuestión, y el sujeto que preguntaba. Aunque la pregunta de la modernidad es propiamente, ¿Qué es el hombre? La hizo Kant y detrás de él todos los filósofos que le siguieron, cada uno a su modo. El hombre se ha vuelto problemático, afirmó Max Scheler, en eso consiste la modernidad. Hay algo que muda y algo que permanece. ¿Hay una esencia inmutable, algo que dé sentido a la existencia humana? Esa pregunta se la hicieron los existencialistas. El signo distintivo de lo humano es la angustia que provoca la muerte, afirmaba Heidegger. Otros como Walter Benjamin y los filósofos marxistas, miraron alrededor, se fijaron en lo mudable, las manifestaciones, los objetos, el comportamiento de las personas, vieron en lo transitorio la marca de lo social. En el hombre hay más construcción social que esencia inmutable. Cassirer veía en esa dinámica formas de expresión, símbolos incardinados en lenguajes, bajo los que apreciaba la unidad de un sistema polifónico que describía lo humano. Wittgenstein era más preciso pero también más difícil de entender: "Sentimos que, incluso si todas las posibles cuestiones científicas pudieran responderse, el problema de nuestra vida permanecería del todo intacto. Ciertamente, no quedaría ya ninguna pregunta, y precisamente esta es la respuesta".


Estos cuatro filósofos, Martin Heidegger, Walter Benjamin, Ernst Cassirer y Ludwig Wittgenstein se formaron y pensaron en el periodo de entreguerras, cuestionando o reafirmando la herencia kantiana. Abrieron vías del pensamiento por las que transitó la filosofía del siglo XX en Berlín, en Viena, en Oxford y en EEUU. Wolfram Eilenberger les dedica Tiempo de magos: La gran década de la filosofía: 1919-1929. El tiempo convulso que siguió a esa década interrumpió sus vidas y pensamiento: Wittgenstein recaló en la corriente analítica de Oxford, tras una temporada como maestro de escuela en un pueblo de los Alpes. Heidegger, tras su adscripción al partido nazi, se convirtió brevemente en rector de Friburgo y, tras la guerra, se recluyó en un silencio culpable. Cassirer tuvo que huir desde Hamburgo, donde era rector, hacia Suecia, Inglaterra y, por fin, EE UU. El que corrió peor suerte fue Benjamin que, huyendo de los nazis, murió en la frontera con España, en Portbou, donde está enterrado. Como introducción a las vidas e ideas de estos filósofos no creo que haya libro mejor. Se lee de corrido.


No hay comentarios: