viernes, 26 de febrero de 2021

Impiedad

 



"Muchas son las formas de las cosas divinas,

muchas cosas inesperadas urden los dioses.

lo que parecía probable no se ha cumplido,

y el dios hizo que se cumpliera lo inesperado"

(Helena, Eurípides).


Una mañana de primavera del 415 a C, cuando se preparaba la gran expedición para invadir Sicilia, que a la postre ocasionaría la ruina de Atenas, los atenienses, al despertar, vieron un estrago que dio lugar al pánico. Las hermas, las estatuas de Hermes que cuidaban cruces de calles, casas y templos, habían sido mutiladas: las caras y los falos erectos. El episodio se conoció como la noche de los hermocópidas (mutiladores de Hermes) y se consideró un funesto presagio para la inminente expedición y como la señal de un complot antidemocrático a favor de una tiranía como las que antes se habían padecido. No podía haber peor acusación en Atenas que la de impiedad. Mutilar las estatuas era herir la sensibilidad de la ciudad inflamada por los preparativos. 42 atenienses fueron acusados sin pruebas. La acusación de impiedad se hacía contra los que atentaban contra los ritos sagrados oficiales, pero también contra quienes, en privado, celebraban los misterios en su casa. De esto se acusó a Alcibíades que iba a dirigir la expedición. 15 fueron condenados a muerte, otros al exilio y otros huyeron. Alcibíades, el más hermoso de los atenienses y el compañero de Sócrates, inició con su huida un largo periplo, desertó a Esparta y dirigió su ejército contra su patria, luego se fue con los persas y más tarde volvería a Atenas tras solicitar que se revisara su causa. En Atenas, en el final del siglo quinto a. C. coincidió el mayor grado de democracia (Pericles) con el momento de mayor terror, cuando bajo la acusación de impiedad se condenaba a muerte por cualquier motivo. Anaxágoras, Aspasia y Sócrates, amigos de Pericles fueron condenados.


Por un lado discurre el pensamiento racional que deja en manos de la ciencia la comprensión del mundo, el desbroce de caminos por los que avanza la humanidad, y en las de la política el orden social, por el otro la inmensidad de lo desconocido tentándonos para que nos acerquemos mediante procedimientos dudosos, intuitivos, poéticos. Buscamos accesos en los márgenes de la comprensión y en los límites de la experiencia, sin sendas marcadas, sin normas, sin hitos. No sabemos que es lo que estamos a punto de tocar con las manos, o creemos tocar, si el impreciso límite que nos sumerge en la divinidad o la puerta abismal que conduce al infinito.


Lo que diferencia a una sociedad liberal es que hay una parte de la vida que se substrae a la observación. Vida pública, vida privada. Mantener el equilibrio entre las dos permite una vida abierta en la que el individuo se expande y explora, si lo tiene a bien, y de ese modo es libre y autónomo. Los sistemas políticos actuales se acercan el modelo chino, y ruso, cada vez más invasivos. Observación en los cruces de las calles, vigilancia a través de dispositivos digitales, pero también normativas sobre costumbres cada vez más estrictas, con invitaciones agresivas a definirse sexualmente, a enorgullecerse de la etnia, a convertir la lengua en estandarte, o la religión, sin que ningún aspecto de la vida quede bajo el escrutinio de los vigilantes. Ni siquiera quien hace lo posible por ‘no meterse en política' queda al margen de la observación. En las leyes que se gestan en el ministerio de igualdad, invadiendo la intimidad, regulando el lenguaje (inclusivo), la vida amorosa y sexual, los afectos, los géneros y etnias (¿dejando a salvo las religiones, al Papa Francisco y a los imanes?), está el germen del Estado totalitario, o la vuelta a él, tras décadas en que poco a poco habíamos ido ganando autonomía. En ese ministerio se está elaborando un credo que fija los elementos del dogma pero también el castigo de impiedad. La impiedad consiste ahora en la falta de reverencia hacia los dictados del ministerio. Como en la Atenas clásica se condena a la muerte civil (con eso basta no es necesaria la muerte física) a quien se acusa de impiedad.



No hay comentarios: