sábado, 12 de diciembre de 2020

Tomás

 


Zapeando, veo imágenes grabadas de corridas recientes de José Tomás. Me han emocionado. Nunca había visto de ese modo el toreo, claro que concentrado en los mejores pases, la inmovilidad estatuaria, la comunión entre torero y toro, la plasticidad. Creo que me he perdido algo importante en mi vida. Solo tengo recuerdos de una corrida a la que me llevo mi padre siendo niño. El arte, cualquier arte, necesita un rito de iniciación. Cuánta gente va al teatro, cuánta gente ha asistido a la representación de una obra maestra. Cuánta gente ha ido a una ópera. Cuántos saben apreciar una obra de arte en un museo, una pintura, una escultura, una pieza maestra de la arquitectura, más allá de señalar con el índice y nombrar al pintor o al arquitecto


El hombre educado en la televisión confunde la obra de arte con un golpe de fama, para su desgracia nadie le ha iniciado, y él tampoco ha tomado la iniciativa, desconoce su pobreza porque la ignora. Los iconoclastas, esta es una época de iconoclastas, son despreciables, no entiendes lo que destruyen o quieren destruir. Al menos podrían disimular su ignorancia. Si no entienden deberían apartarse cómo hacen cuando no entienden lo que es una ópera o una sinfonía o lo que significan las Meninas. Viendo a José Tomás, absorto en sus lances con el toro, me emociona como a veces, pocas, me ha ocurrido en un museo, un teatro, una sala de conciertos. El arte más valioso es el que se hace en vivo delante del público. El toreo es un arte popular, lo que aún le hace más valioso. Cómo puedo habérmelo perdido. 


Experiencia y categorizaciones




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