Todo comienza y termina con la buena educación.
Un español que ha crecido sin educación no puede saber que lo que escucha en su 'informativo' del mediodía o del atardecer son afirmaciones gratuitas sin contexto, no sustentadas en hechos, que las aseveraciones de los ‘expertos’ que acompañan las ‘informaciones’ no son opiniones razonadas, porque simplemente no ha aprendido a diferenciar entre información y opinión, entre hechos y rumores, entre verdad y media verdad o falsedad,
un español que ha crecido sin educación no puede saber que lo que ve en el Parlamento: el griterío, el insulto, la descalificación, la acusación ad hominem, no es la función principal de los diputados electos, no puede saber que los parlamentos se diseñaron para consensuar leyes de aplicación a todos los ciudadanos del país, sin hacer distingos o conceder privilegios
un español que ha crecido sin educación no puede saber que es un ciudadano y que como tal debe ser tenido en cuenta y respetado, que debe ser considerado un hombre libre e igual a todos los demás y que puede exigir un buen gobierno a quienes ha votado,
a un ciudadano así le debería producir un malestar insoportable que las instituciones dejen de ser tableros neutros del Estado al servicio de todos los ciudadanos como él en vez de ser regidas por cargos de designación a dedo y no por funcionarios profesionales que han logrado la plaza tras una dura selección,
la falta de educación generalizada hace que lleguen a puestos de responsabilidad política en las distintas instituciones del Estado gente que ocupa el poder por el propio interés y no para resolver problemas generales: políticos sin habilidades de gestión, jueces que no saben instruir, profesores que no saben enseñar, sanitarios que se abruman por la carga de trabajo, o en otros sectores periodistas que formatean espectadores, cineastas, escritores, columnistas que creen que una habilidad particular es un campo específico les otorga una visión capaz de dividir el mundo en dos y asegurar cuál de las dos es la correcta, inquisidores todos ellos sin conciencia de serlo.
Una educación así no se indigna
con un político que presenta una tesis sin rigor académico y llega a presidente contraviniendo los estándares políticos europeos,
con una ministra de educación que se salta el confinamiento madrileño que decreta su propio gobierno,
con que los 541 casos por 100.000 sirvan para decretar el estado de alarma en Madrid, pero a Navarra los 657/100.000, el triple que la media de España, le sea suficiente que su director de salud implore a sus conciudadanos que se autoconfinen,
como la mayoría de los lectores del principal periódico del país no se asombran con las recriminación diaria que hace de la gestión de la pandemia de Bolsonaro, Johnson o Trump cuando la de este país es mucho peor,
ni puede saber el ciudadano mal educado cuándo empezó a joderse la cosa y qué parte de responsabilidad tiene en ello
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