sábado, 1 de agosto de 2020

Maîtriser

Mientras me aproximo a Montserrat y veo los peñascos apuntados me pregunto qué son, huesos de un animal prehistórico, las ruinas de un culto de antiguos gigantes o los dedos de los pies de una rata muerta. En todo caso seguirán ahí cuando los dos magrebíes que vienen de frente ya no estén aquí o los mismos edificios modernos que flanquean el camino ya hayan vuelto al polvo. Tampoco durarán mucho más si medimos el tiempo con una escala cósmica. Montserrat y yo somos naturaleza. Nos lleva una vida entera hacernos creer que somos algo más. Maîtriser se dice en francés para abarcar un significado más amplio que amaestrar en español: dominar, controlar, sobre todo a mí mismo, a la naturaleza que hay en mí. Nos lleva toda una vida dominarnos, ocultar los instintos antisociales, comportarnos, toda una vida aprender a vivir socialmente. Pero alguna vez, si bajamos la guardia, sucede la catástrofe, hacemos o decimos algo que no tendrá remedio ni perdón, algo que nos avergonzará, que querríamos no haber hecho o dicho. La personalidad como la civilización es una capa frágil que la socialización interpone frente a la naturaleza.


Sostiene Rachel Cusk en Despojos que la principal tragedia humana es el desconocimiento de las cosas que nos empujan a nuestro destino. No somos conscientes de lo que haremos y de por qué lo haremos. Un instante nos arruina la vida. Edipo es el ejemplo. El rey Edipo, al enterarse de que está casado con su madre, se arranca los ojos, lo expulsan del palacio y vaga como un mendigo. Su mujer, Yocasta, al saber que es su madre, se quita la vida. Polinices y Eteocles, sus hijos, se matan el uno al otro en el intento fallido por compartir el poder. La historia no acaba ahí sino que para la desgraciada Antígona es ahí cuando empieza. A lo largo de nuestra vida cometemos acciones de las que no servirá de nada arrepentirse porque torcerán irremediablemente nuestro camino. El mismo día que alcanzamos una cima de felicidad puede que al atardecer la desgracia nos alcance, que la mujer que amábamos deje de querernos o que sean los hijos quienes no quieran saber nada de nosotros porque la naturaleza que nos constituye ha encontrado un hueco por dónde salir a la superficie y destruirnos.


Buscamos una autoridad que nos proteja frente a los embates de la naturaleza. Rachel Cusk comprueba en carne propia que el matrimonio, la familia ya no lo es pues hemos decidido que hay valores superiores, la libertad y la igualdad de los individuos que la forman. Antes ya habíamos destruido el crédito de otras instituciones. En la modernidad intentamos crear una autoridad interior, una convicción que parte de la honestidad, de la racionalidad, de la veracidad con que afrontamos la vida, valores que compartimos con muchos que creen que una buena vida en común es posible. Pero la naturaleza está ahí, casi imposible de maîtriser.




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