Los que lanzan procesos constituyentes y proclaman su fe en la República deberían preguntarse, que no lo harán, si la libertad y la igualdad están ahora en las mejores condiciones para defenderse, siendo ‘libertad’ e ‘igualdad’ los ascendientes de la modernidad. No lo harán porque la libertad les interesa poco (no hay más que mirar a sus países referentes) y la igualdad, que la izquierda tradicional proclamaba como el objetivo máximo, en realidad, tampoco la defenderán porque no conviene a sus socios. Tampoco a ellos. No atenderán a razones porque no pueden atenderlas, porque ‘libertad’, ‘igualdad’ y ‘república’ son memes, clichés, palabras fijas y encorsetadas. Para ellos, no son más que un recurso retórico, figuras de repetición, como mucho se interesarán por ‘lo social’ entendido como una manera de redistribución que fideliza votantes y ‘lo identitario’ que es una moda ideológica, cultural, pegadiza. Para ellos sólo hay una cuestión, el poder.
‘República’, como ‘identidad’, es una moda, un fetiche, un cliché, un concepto cargado de prestigio, porque remite a una idealización de la historia o porque resume en una palabra la oposición a algo que se supone periclitado, la Monarquía. En España es una idea condenada al fracaso, fracaso histórico por lo que ocurrió en la Primera (dónde no fueron capaces de dar forma a la propia idea de República) y en la Segunda (que no hay que olvidar fue asaltada sucesivamente por la rebelión nacionalista catalana, en 1931 y en 1934, por la rebelión socialista, en 1934, y por el golpe franquista, en 1936) y fracaso contemporáneo porque los que defienden la idea de República para cargarse el sistema consensuado del 78 (donde la soberanía del conjunto de los españoles ha alcanzado la mayor unanimidad histórica) quieren instaurar una República Confederal que es la mayor fragmentación de la soberanía, el único tipo de República que aceptan los socios nacionalistas de quienes quieren iniciar un proceso constituyente.
¿Qué diferencia a una República Confederal de una República Unitaria, presidencial o parlamentaria, o de una República Federal? La República tiene el prestigio de Roma, el de la Constitución americana o el de repúblicas como la francesa, la italiana o la alemana pero la española sería otra vez la triste figura vaciada de poder por la suma de repúblicas: catalana, vasca, gallega, valenciana, balear y otras, pequeños estados con constituciones propias que delegarían un mínimo de representación en el gobierno, sin apenas competencias, de la República Confederal, con el objetivo de consolidar y ampliar el poder y los privilegios de las élites regionales. Cuando se habla en los procesos constituyentes de cambio de régimen político lo que hay en juego es la sustitución de una élites por otras, en el caso de la República Confederal las élites regionales intentan crear su propio sistema de poder frente a un Estado central. No empodera, pues, a los ciudadanos sino a las élites. No proporcionaría, por tanto, a los españoles mayor igualdad sino mayores diferencias y desigualdades. El progreso de la igualdad y la libertad en este país, bien que lentamente, está asociado a periodos en los que la Constitución ha ido de la mano de la Monarquía Constitucional (1812, 1837, 1869, 1874 y 1978).
Los desavisados comentaristas, algunos de buena fe, que entran en el juego de la discusión República/Monarquía, desde la defensa de la democracia liberal, desconocen o minimizan la real voluntad de los nacionalistas que no se conforman con menos que un estado propio con una constitución propia dentro de una vaga República Confederal sin apenas poder efectivo, no saben a lo que están jugando, como tampoco lo saben los ciudadanos de a pie que entran en el juego de la moda política. El concepto ‘República’ les suena bonito, cómo les parece bonito acabar con el sistema viejuno de la Monarquía, aunque sea constitucional.
¿Qué poder les quedaría a un sánchez, a un Iglesias, en un régimen confederal? Simplemente, un poder simbólico con el que quizá sánchez se conformaría, ¡Presidente de la República!, pero no Iglesias que, dando fin al sistema del 78, creería equivocadamente poder montar el tigre y llevarlo a donde él querría.
No hay modo de que una República Confederal, salvo un caso muy particular como el suizo, garantice principios básicos como libertad e igualdad, tampoco es el mejor sistema para crear riqueza, lastrado por los egoísmos regionales, más bien el peor para canalizar los flujos redistributivos en una crisis económica como la que se avecina. Nada más alejado del progreso, es una idea reaccionaria que viene de los derechos históricos, los privilegios fiscales y las diferencias legislativas y sociales nacidas en la Edad Media. Un Estado basado en la solidaridad entre individuos y territorios crea una trama de afectos, una corresponsabilidad en los negocios y necesidades comunes, capaz de proyectar objetivos a largo plazo que benefician a todos; un país dividido en estados confederados pone por delante el bien singular, es la continuación de la lucha de clases por otros medios, las regiones ricas comandadas por élites locales extractivas contra las regiones pobres a cargo de élites menos pudientes. Estaríamos locos si nos asomásemos a ese abismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario