miércoles, 29 de julio de 2020

“Mirad todas esas cosas que no necesito” (Sócrates)

                                Las dos imágenes de Sócrates, el pensador distinguido y el sátiro feo


De los personajes legendarios es difícil establecer la realidad histórica. Es el caso de Sócrates. Para acercarse al personaje histórico el autor de esta sucinta biografía, profesor de estudios clásicos en Oxford, se fija en los caminos que le abren las personas que tuvieron algún tipo de relación amorosa con él. De ahí el título, Sócrates enamorado (Socrates in Love) y el subtítulo añadido en la edición española, Cómo se hace un filósofo. Sócrates era hijo de un mampostero, Sofronisco, un artesano de la piedra en una época en que Atenas, tras la sonada derrota del innúmero ejército persa, emprendió las grandes obras públicas (El Partenón entre ellas) del periodo de Pericles, gracias al tesoro de la coalición depositado en Delos que Atenas se apropió. Pero a Sócrates no le atraía la piedra sino la poesía clásica, Homero y los líricos, a los que cantaba acompañado de una lira. El primer personaje de su vida fue el filósofo Arquelao, tutor y probablemente amante, a través de quien conoció al viejo Parménides, a Anáxagoras, el más influyente de la época, racionalista y materialista, por medio de quien conectó con el círculo de Pericles y, por fin, Meliso de Samos, un filósofo cuyas abstracciones no le convencieron. Sócrates, como cualquier ciudadano griego, practicaba la danza de guerra y la lucha deportiva en el gimnasio, de las que, según el autor, era un virtuoso. Participó en las guerras que Pericles, parece que incitado por Aspasia, inició con ánimo de conquista, es el caso de Samos y de Sicilia, y que acabaron en fracasos. La batalla más notable fue la de Coronea, en la que murió el general Clinias, padre de Alcibíades, un niño del que Sócrates se convertiría en tutor y del que con el tiempo se enamoraría. Sócrates, diestro hoplita, acompañó a Alcibíades en la batalla de Potidea y lo salvó en un acto de amor, según el autor del libro. Tanto en Coronea como en Potidea, ambas dolorosas derrotas de Atenas, el filósofo demostró ser un habilidoso héroe de la retirada.


El autor del libro distingue al joven Sócrates, atlético, fibroso y bien plantado, fuerte en el combate, pálido de cabellos largos, de una delgadez extrema, que no se lava y empuña un báculo como los aguerridos espartanos, según la descripción que Aristófanes hace en Las nubes, del Sócrates maduro, retirado del combate, a quien se presenta como barrigudo, de piernas cortas y andar patoso, de nariz chata y ojos saltones, labios gruesos y pelo descuidado, feo pero de gran belleza interior, es decir, copia del Sileno de la mitología, depositario de la sabiduría y la bondad antigua, maestro de muchachos divinos y heroicos. Si en la juventud, derrocha plenitud física junto al veleta de Alcibíades, como hombre maduro, dedicado a la filosofía, abraza la pobreza y se niega a cobrar como los sofistas (“Mirad todas esas cosas que no necesito”, dice ante los productos que se venden en el ágora), es el compañero de Aspasia, fuertemente influido por ella, la mujer más poderosa, bella e inteligente de la Grecia clásica. Aspasia habría sido el tercer amor de Sócrates. La conoció cuando ambos tenían veinte años, recién llegada de Mileto donde su padre había sido desterrado. El amor resultó imposible cuando se interpuso Pericles. Aspasia fue la compañera de Pericles, y madre de su hijo, hasta que este murió por la peste en el 429 ac. Aspasia parece que gozaba de gran inteligencia, era intrigante y maestra en el arte de la retórica. Ella habría compuesto la famosa Oración fúnebre que Tucídides pone en boca de Pericles el 431 ac para honrar a los caídos con ocasión de la primera década de la Guerra del Peloponeso. Aspasia sería la Diotima que en El banquete de Platón enseña a Sócrates a hacer discursos.


Aunque Armand D’Angour menciona la visita de Sócrates al santuario de Apolo en Delfos, donde su compañero Querefonte preguntó al oráculo si había alguien más sabio qué Sócrates, a lo que la pitia respondió que nadie era más sabio, como un suceso importante en la inclinación de Sócrates hacia la reflexión, a partir de la famosa frase inscrita en el pronaos del templo ‘conócete a ti mismo’, asegura, sin embargo, como definitivo, el momento en que el amor de Sócrates por Aspasia se hizo inviable. Aspasia, como mujer compasiva, le enseñó que "el deseo físico es solo el punto de partida del amor y que las preocupaciones particulares, personales, siempre tienen que estar al servicio de un objetivo más elevado". Entonces, el primer héroe de la filosofía occidental, con treinta años, renunció al arte de la guerra y de la política para examinar el significado del amor, la justicia, el valor y la belleza. Desde entonces, Sócrates se haría famoso entre sus conciudadanos por despreciar la riqueza, vestir de cualquier modo y quedarse plantado en medio de la calle escuchando una voz interior que le dictaba el camino a seguir, “que la educación del alma, y no la gratificación del cuerpo, es la obligación suprema del amor; y que lo particular debería estar supeditado a lo general, lo transitorio a lo permanente, lo terreno a lo ideal”. Sin ese paso, señala el autor, “el pensamiento de Platón no habría podido nunca concebir su teoría de las formas, ni Aristóteles escribir sus tratados de ética”. Así pues, de creer a D’Angour, la filosofía no nace de un impulso espiritual del hombre occidental sino de una frustración erótica. Sócrates vivió entre el 469 ac y el 399 ac. Tuvo dos esposas, Mirto y Jantipa, que le dieron dos y un hijo, respectivamente. Todo el mundo conoce la circunstancia de su muerte. El autor no se detiene ni en lo uno ni en lo otro. Libro ameno e instructivo.




2 comentarios:

Squirrel Ardilla dijo...

No perderé la ocasión de leer esa biografía que tan inteligentemente reseñas.

Toni Santillán dijo...

Habré de leer la novela socrática de García-Valiño que recomiendas