"Eso me asusta mucho. Estas leyes de confinamiento han sido aprobadas por casi el 100% de la población y en los medios apenas oigo críticos del confinamiento. Nadie lo pone en duda. Y, como en España, las reglas son muy estrictas, a veces del todo ridículas. No puedes nadar en el mar, aunque la playa esté desierta, no puedes ir sola al monte… Es ridículo. Pero la gente obedece de un día para otro. ¿Son reglas proporcionales a la amenaza?" (Géraldine Schwarz: “La espiral de pánico es peligrosa”)
Un
hombre mayor sale con botas y chaquetón, la mañana es fresca.
Golpeando los escalones a toda prisa baja otro detrás. Increpa al
primero, que a dónde va, que es un irresponsable, que nos afecta a
todos. Una mujer desde lo alto de su ventana le grita y graba a un
hombre sentado en un banco. Está solo, fuma un cigarrillo, tiene en
la otra mano una lata de cerveza. Irresponsable, que por tu culpa no
vamos a salir del aislamiento, que los autónomos necesitamos vivir.
El hombre aguanta en silencio, pero el grito cada vez más potente,
más agrio, no cesa, hasta que el hombre se va. Ha emergido
espontáneamente la policía de los balcones, una policía sin costo,
ubicua, a tiempo completo. Lo mismo sucede en los grupos de las
redes, se vitupera, se increpa al crítico. Contra lo que pudiera
parecer, hay mucha menos libertad de expresión en las redes que en
los periódicos de papel. La vigilancia y la humillación al
discrepante es mayor.
Un
periódico en el punto álgido de la pandemia titula, con una gran
foto de una mujer en rojo brazos alzados desde una ventana, Curados.
Una serie de periódicos digitales informa sobre la irresponsabilidad
de la oposición, se burla de lo que escriben o dicen los críticos,
retuerce imágenes o dichos de personajes que ponen en evidencia la
inacción o los errores del gobierno. Disimulan las cifras, ocultan
lo más negativo, disculpan, desacreditan. Hay que distinguir los
periódicos de papel de los digitales. Salvo excepciones, aquellos
son más libres, más plurales. Estos, un ejército digital de
desinformación y propaganda.
La
población ha aceptado el confinamiento. Ha asumido esta fantástica
(por increíble) situación como si fuese lo más normal del mundo.
No hay casos notables de rebelión: gente saliendo de casa, paseando,
protestando, manifestándose, no hay grandes caceroladas. No hay un
rumor, un malestar, un grito contra quienes han impuesto esas medidas
sin debate en el Parlamento, sin discusión social sobre si eran
necesarias, sobre si se tomaba en consideración alternativas cuyo
ejemplo estaba en otros países.
Me
espanta está sumisión. La facilidad con la que hemos aceptado. La
obediencia. La cantidad de gente dispuesta a vigilar. Creíamos que
el franquismo lo habíamos dejado atrás, que el franquismo era de
derechas, pero los que ahora vigilan no lo parecen, o es que son los
mismos, que es una cuestión de carácter, que cuando aparece la
posibilidad de la dictadura los que se ponen a su servicio son un
grupo de gente partidaria de lo gregario, enemiga de la libertad,
para quienes el color político es lo de menos. Estaban ahí
esperando su hora. Esto es un ensayo. Un ejército interior para
combatir a los críticos del gobierno (el que sea), para aceptar sin
discusión lo que la autoridad ordene.
La
mayor parte de la población del mundo vive bajo dictaduras. Así ha
sido también a lo largo de la historia. Parece que es el sistema en
que más a gusto se encuentra la gente. Es una bonita ilusión pensar
que en Occidente es distinto, que aceptamos el sistema liberal como
el oxígeno la vida, pero no parece que sea así. Ante la menor
crisis la gente desea recibir órdenes y hace todo porque sean
cumplidas. A un lado y al otro del espectro hay masas ansiosas por
obedecer y vigilar y bien dispuestas a castigar. Haciendo realidad el
sueño de todo dictador, la servidumbre voluntaria.
Ese
oscuro instinto se disfraza como en otras épocas del pasado de
modernidad. Utiliza las formas más nuevas y llamativas que la
técnica y las periferias del arte le ofrece para infundir la euforia
de estar en la vanguardia, dejando atrás a los ogros cavernarios
que se le oponen. Constructivismo, futurismo estuvieron en los 20 y
30 del XX en primera línea. Ahora es la tecnología la que reviste
con trajes nuevos a los impulsores de la dictadura invisible.
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