Jeannette
Winterson publicó esta novela con 24 años, en 1985, con un título
que en
inglés
suena diferente que en español, Oranges
Are Not The Only Fruit,
como sonará distinto el inglés original de la traducción que
leo en
español, una
edición, sin
embargo, muy
bien
apañada
por
Lumen con unos dibujos de
cuerpos femeninos desnudos acompañados por
rojas granadas.
En
Fruta
prohibida,
la
autora coge distancia con la niña criada en una familia evangelista
que
la adopta
y con la chica que tiene sus primeros escarceos amorosos. Si fuese un
libro de memorias, en
sentido estricto,
habría explicado unas cuantas cosas que el lector se queda con ganas
de saber, algo más sobre ese padre mudo que sabemos que existe pero
que no pronuncia una sola palabra o
qué
sintió cuando descubrió los
documentos de adopción o
de
qué
se
enteró,
a través de la pared con el oído puesto
en
una
copa de cristal, en
la primera y única conversación de
su madre adoptiva (Costance
Winterson)
con su madre biológica (Ann,
no sale el nombre en la novela),
a
quien ella
no ve. La
autora no escribe una novela psicológica sobre traumas infantiles o
sexuales, aunque algo de ello hay, sino una novela sobre el
despertar. En la primera parte, la parte larga, dividida en capítulos
con nombres de libros bíblicos, hay protagonista y antagonista,
Jeannette y su madre adoptiva, ambas imbuidas
en el
amor a Dios y en el
espíritu de evangelización. La madre es un cencerro, toca
y canta himnos religiosos y está como una cabra. La niña es un dechado con muchos
borrones, con
uno muy especial.
A través de los capítulos, que son etapas indefinidas en el
despertar, es difícil saber a qué edad corresponde cada uno, la
chica descubre qué es el amor, bendecido por la Biblia, aunque lo
dirige no hacia donde su madre y el pastor esperan. Una
gitana le había anunciado que nunca se casaría. Su misma madre le
previno,
Todos
los hombres son el diablo.
Llegado
el momento,
le hacen
un
exorcismo cuando descubren su extravío en el amor, que no la enmendó,
y se
tiene
que ir
de casa a
los 16.
El
despertar de la narradora, que comparte el nombre con la autora,
aunque
lo contado no tiene por qué coincidir al cien por cien, es
antes
que nada el despertar del
cuerpo como instrumento que vibra cuando se le sabe tocar.
Descubrirse a sí misma, valerse por sí misma, comprender el mundo
como nadie más lo puede hacer, porque cada cual lo comprende a su
manera. La novela está llena de música, de instrumentos y voces que
cantan himnos bíblicos, de poesía y referencias a los textos
canónicos: Rossetti, Keats, Shakespeare, incluso interpola una
historia en torno a Perceval, el buscador del Santo Grial, y otra
sobre un
hechicero que hechiza a una muchacha, Winnet
Stonejar.
Es la segunda parte de la novela, más abreviada,
donde
la autora juega con la imaginación para recrear el mundo. Tras
su despertar, con plena conciencia de sí misma, vuelve
al hogar de la
madre adoptiva para pasar las navidades. La autora se presenta con
los útiles de la literatura. Las historias amargas del pasado,
contadas con humor y
distancia,
se convierten en historias de la literatura. No queda rastro de
rencor por parte de la madre, tampoco por la suya.
Y
ahora
la crítica. La
segunda parte de la novela dirige la lectura hacia el destino de la
autora, un destino de artista, al modo de Virginia Woolf o del
James
Joyce del
Retrato
del artista adolescente.
El
despertar era el despertar de la artista. Desde
la
cima del
mundo, se ve con benevolencia y humor a las personas dejadas en el
camino, se les perdonan los defectos, las
traiciones, la desmemoria.
Las interpolaciones de Perceval y el cuento de hadas de Winnet llevan
a un lector esforzado a esa conclusión. La
autora-narradora convertida en artista ve como personajes literarios
a
la madre, que
una
vez, en la infancia de Jeannette, confundió su sordera de semanas
(adenoides) con el éxtasis
religioso, y
a
su propio estremecimiento amoroso, cuando vivía
de joven
en París,
con una úlcera, la madre que le
decía,
“no dejes que nadie te toque ahí”, “ten una naranja, póntela”,
y
que ahora, a
pesar del desastre de la Asociación de las Almas Perdidas, a
la que ha dedicado la vida entera, caída en el derroche y la
corrupción,
sigue, porque no tiene otra,
en el mundo de las fantasías religiosas. Igualmente la
autora-narradora
es
benevolente
con Katy que fue su amante pero no se
acuerda de nada
o con Melanie, su primer amor, con
quien se encuentra en la calle con un
bebé, la muy bovina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario