martes, 28 de enero de 2020

Jojo Rabbit



Cualquier creador aspira a dejar al menos una obra maestra, perdurable. En EE UU un escritor tiene en mente: Adventures of Huckleberry Finn, The Great Gatsby o The Catcher in the Rye. Mientras veo Jojo Rabbit y leo esta última novela, pienso en ello. Los creadores de esta película seguro que pensaron en ello, no pretendían hacer una película más sobre nazis sino un cuento de más largo alcance, entender el mundo de la infancia, al modo de El guardián entre el centeno o Matar a un ruiseñor. No sé si la infancia funciona así, como nos lo cuentan, quién lo sabe. Taika Waititi presenta a su personaje, Jojo, de diez años, en un escenario donde la realidad de la época fue tomada por ideas locas, realidad que confunde con la fantasía. Alemania, el nazismo, las juventudes hitlerianas, la persecución de los judíos, la guerra. Para el niño, tanto Hitler, con quién habla regularmente como cualquier niño que vive los cuentos como reales, como Elsa Korr, la joven judía que su madre esconde en el ático, forman parte de la misma realidad imaginada, el mismo mundo que habitan su padre, desaparecido en combate, y su hermana, muerta por la gripe. La historia que cuenta Waititi, y supongo que también la novela de Christine Leunens en que se basa, es la de un niño que está en proceso de dejar de serlo. El niño, atrapado en las fantasías de las juventudes hitlerianas, de la raza, la gran Alemania y todo lo demás, que tiene por amigo al mismo Hitler y por enemigos a los judíos, que imagina, en el libro que está escribiendo, con rabo y cuernos y que duermen colgados como murciélagos, sale de la infancia, no por las charlas con su madre que le oculta la verdadera realidad, es una resistente y será ahorcada en la plaza, sino por su trato con una judía precisamente, Elsa, que le irá poniendo los pies en el suelo y que le ayudará a arrojar definitivamente a Hitler de una patada por la ventana cuando la guerra llegue a la ciudad.

La película está llena de personajes que como en los cuentos infantiles parecen una cosa pero son otra, como el capitán tuerto Klenzendorf, en positivo, que salva a Elsa en una inspección de la Gestapo, o la instructora de las juventudes, Fraulein Rahm, en negativo, que en la batalla de Berlín arma y sacrifica a niños en una batalla inútil. Los personajes se asocian a símbolos, a veces más de uno, como Klenzendorf, que acude al último combate con un uniforme de diseño, que es como los ve la mente infantil. Cada escena es un paso hacia lo real normalizado, en la dialéctica entre fantasía y realidad que en la mente de un niño, en el caso de "Jojo" Betzler es más fácil por su inadaptación para ser un buen soldado nazi, juega hasta su aterrizaje en el mundo adulto.

Hay películas que sólo se empiezan a comprender cuando se sale del cine o al día siguiente, cuando al despertar aparecen conexiones que no se habían pillado. En ese sentido, Jojo Rabbit no es una película sobre nazis, sino sobre la infancia, pero lo es si la vemos como un cuento sobre las personas atrapadas en un ensueño, nazi o de otro tipo, que se niegan, o no pueden salir de su fantasía (lo vemos en vivo y en directo, en cualquier dirección que miremos), niños en cuerpos de adultos como Fraulein Rahm o el policía de la Gestapo. Vista con estas claves, es un película meritoria que puede ir creciendo, de otro modo puede hacerse aburrida. 

Cómo no entender la película.


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