Cualquier
creador aspira a dejar al menos una obra maestra, perdurable. En EE
UU un escritor tiene en mente: Adventures
of Huckleberry Finn,
The
Great Gatsby
o The
Catcher in the Rye.
Mientras
veo Jojo
Rabbit
y
leo esta última novela, pienso en ello.
Los
creadores de esta película seguro que pensaron en ello, no
pretendían hacer una película más
sobre nazis sino
un cuento de más largo alcance,
entender el mundo de la infancia, al modo de El
guardián entre el centeno o
Matar a un ruiseñor.
No sé si la infancia funciona así, como
nos lo cuentan, quién
lo sabe. Taika Waititi presenta a su personaje, Jojo, de diez años,
en un escenario
donde la realidad de
la época fue tomada por ideas locas,
realidad
que confunde
con la fantasía. Alemania,
el nazismo, las juventudes hitlerianas, la persecución de los
judíos, la guerra. Para
el niño, tanto Hitler, con quién habla regularmente como cualquier
niño que vive los cuentos como reales, como Elsa Korr, la joven
judía que su madre esconde en el ático, forman
parte de la misma realidad imaginada, el mismo mundo que habitan su
padre, desaparecido en combate, y su hermana, muerta por la gripe. La
historia que cuenta Waititi, y supongo que también la novela de
Christine
Leunens en
que
se basa, es la de un niño que
está en proceso de
dejar
de serlo. El niño, atrapado en las fantasías de las juventudes
hitlerianas, de la raza, la gran Alemania y todo lo demás, que tiene
por amigo al mismo Hitler y por enemigos a los judíos, que
imagina, en
el libro que está escribiendo,
con
rabo y cuernos y
que duermen colgados como murciélagos, sale
de la infancia,
no por las charlas con su madre que le oculta la verdadera realidad,
es una resistente y será ahorcada en la plaza, sino por
su trato con una judía precisamente, Elsa, que le irá poniendo los
pies en el suelo y que
le ayudará a arrojar
definitivamente a Hitler de
una patada
por la ventana cuando la guerra llegue
a la ciudad.
La
película está llena de personajes que como en los cuentos
infantiles parecen una cosa pero son otra, como el capitán tuerto
Klenzendorf, en positivo, que
salva
a Elsa en una inspección de la Gestapo, o la instructora de las
juventudes, Fraulein Rahm, en negativo, que en la batalla de Berlín
arma y sacrifica a niños en una batalla inútil. Los personajes se
asocian a símbolos, a veces más de uno, como Klenzendorf, que acude
al último combate con un uniforme de diseño, que es como los ve la
mente infantil. Cada
escena es un paso hacia lo real normalizado, en la dialéctica entre
fantasía y realidad que en la mente de un niño, en el caso de
"Jojo" Betzler es
más
fácil por su inadaptación para ser un buen soldado nazi,
juega hasta su aterrizaje
en el mundo
adulto.
Hay
películas que sólo se empiezan a comprender cuando se sale del cine
o al día siguiente, cuando al despertar aparecen conexiones que no
se habían pillado. En ese sentido, Jojo
Rabbit
no es una película sobre nazis, sino sobre la infancia, pero sí
lo
es si la vemos como
un cuento sobre las personas atrapadas en un ensueño, nazi o de otro
tipo, que se niegan, o no pueden salir de su fantasía (lo
vemos en vivo y en directo, en cualquier dirección que miremos),
niños en cuerpos de adultos como Fraulein Rahm o el policía de la
Gestapo. Vista
con estas claves, es un película meritoria que puede ir creciendo,
de
otro modo
puede hacerse aburrida.
Cómo no entender la película.
Cómo no entender la película.
No hay comentarios:
Publicar un comentario