Parecería
que feminismo en una
entidad indiferenciada, una abstracción por encima de los entes a
los que cabe suponer que se refiere. Incluso mujer
aparece poco en sus manifiestos, como si este mismo concepto
estuviese por debajo o descentrado o por detrás de lo que quiere
imponer como objeto lógico en la discusión. Lo mismo podría
decirse de cualquier otra abstracción, Cataluña, Lengua,
Animalismo, Tierra, Calentamiento,
que haya adquirido una masa crítica en la discusión pública hasta
alzarse con una autonomía que la libra de cualquier concreción o
sujeción a los datos de la realidad. Y si en
cualquier tiempo histórico
ha sido extenuante, y hasta mortal, el
esfuerzo por desgajarse del
nosotros y
afirmar la individualidad del yo en este ahora parece que sea
imposible aunque todavía no hayamos dejado atrás la época
romántica y su falaz exaltación del individuo. Como si este hubiese
desaparecido, sumergido en las diversas identidades que lo suplantan.
En el pasado no éramos conscientes de la pertenencia a un grupo o no
necesitábamos afirmarla y en una época más reciente construíamos
nuestra personalidad frente al grupo, negándolo, escapando de su
esfera de influencia. Ahora
vivimos como atenazados, encadenados a diversos trajes invisibles de
identidad, uniformados sería más correcto decir, que no podemos
desgarrar so pena de ser condenados, excluidos, señalados. Aquellos
a quienes premiamos con una nombradía diferenciada, que convertimos
en famosos, no alcanzan el premio por ser singulares, islotes
excéntricos, extraños que no podemos integrar, sino por lo
contrario por ser
representativos de su grupo de pertenencia, por acrecentar los
valores o algún valor a los que el grupo se adscribe, incluso a
veces se alcanza la fama de forma paródica, por representar en
negativo el valor que se ha de ensalzar.
Representar
el espíritu de una época, y de una tan cambiante como la nuestra,
está al alcance de muy pocos. ¿Cuántos escritores son ahora mismo
significativos? ¿Uno, dos, tres? En las artes visuales aún es más
difícil porque no se han independizado de la escritura. Memorables
son la Ilíada, el Quijote, Macbeth, los distintos Ulises, pero qué
película lo es a su nivel. Menos las series, que cumplen una función
entre el mero entretenimiento y la sujeción, es decir, la renovación
de las cadenas de la cueva platónica: ya no se nos exige
arrodillarnos ante el sagrario, ni desfilar con la mano en el corazón
o con el pañuelo rojo en el cuello de la camisa, ahora la cadena es
más sutil pero más férrea, es
una sumisión que hemos ido convirtiendo en voluntaria e
inconsciente. El nosotros nos habita de tal modo que cuando lo
afirmamos creemos que estamos haciendo una manifestación de
individualidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario