martes, 5 de marzo de 2019

Rachel



- No quiero seguir leyéndola -me dijo-. Me la estoy tomando como a una mujer real. No quiero que se convierta en una obsesión.

Al principio tomaba sus historias como relatos, como esos cuentos que cuentan los novelistas. Sabes que son verosímiles pero que no son del todo reales, que no traspasan la imaginación, quedan en el limbo de la lectura, ese espacio en el que entramos respetando una especie de pacto entre el escritor y el lector. Mis personajes no saldrán de las páginas que lees, dice el escritor, pero te procuraré emociones similares a las que te gustaría vivir, a cambio tu puedes interrumpir la lectura tantas veces como quieras y volver al mundo real, a donde nieva de verdad y hace frío, a tu cocina donde preparas el te o a la habitación solitaria donde lees bajo una manta que cubre tus piernas. Decimos que una novela nos cambia, que un libro nos trastornó y desde entonces somos otras personas, pero no es más que una forma de hablar.

- Pero un día, a lo tonto -me dijo-, tras una larga tirada de lectura, se me ocurrió buscar su nombre en Youtube. No la entendía mucho, a pesar de los subtítulos. Hablaba muy deprisa, como nos parece cuando seguimos a alguien que habla en otro idioma que no dominamos.

Hablaba de su última novela y de su trabajo de profesora. Al principio intentó comprender lo que decía, luego se dejó llevar por el ritmo, un poco atropellado, de su manera de hablar. Acababa de leer una escena en la que uno de sus personajes se abalanzaba sobre ella en la puerta de entrada de un hotel en la ciudad a la que había ido a dar una charla. Se apretaba contra su cuerpo y le metía la lengua en la boca. Ella no protestó, simplemente cuando él se apartó, abrió la puerta y le dijo, ‘Buenas noches’. En realidad, aunque la narradora habla en primera persona y es una escritora, no se llama del mismo modo que la autora, así que es posible que esa escena que cuenta no ocurriera en realidad. Pero él, la tomó por real, la asoció a la mujer que ahora veía en Youtube, en primer plano, en una pose de medio cuerpo, en tres cuartos, con una melena de pelo castaño, recortada a la altura del cuello y con un grano justo encima de la comisura izquierda de los labios. Vio ese video dos, tres, cuatro veces. Inspeccionó su pelo recortado, sus ojos hundidos, su boca grande, el grano. Se emocionó, ahora la tenía delante y la deseaba.

Normalmente no nos acordamos de los escritores cuando leemos una buena novela, dijo, si la historia es buena estamos tan absorbidos que no nos importa quién la escribió. Pero eso no le pasaba con esta autora. Creía que todo lo que contaba se lo decía a él. Su espíritu o lo que fuese se estaba incorporando a su mente, de un modo parecido a cuando te enamoras. La mujer a la que quieres entra dentro de tu mente y la habita expulsando todo lo demás. Sólo quieres estar a solas, que se haga el silencio y pensar en ella.

- Sé que es ridículo -me dijo -, las historias que el libro cuenta son fruto de su imaginación, la narradora es un personaje más y, ella misma, hablando en el video actúa, presenta su máscara de escritora.

Era el tercer libro que leía de la autora. Los tres se parecen mucho. La autora va de aquí para allá, por el camino se encuentra con gente que sin mediar protocolo se ponen a contarle su historia. Y están tan bien contadas las historias que es imposible que no parezcan sacadas de la realidad. La lectura me ha conformado de tal modo, me dijo, que actúo y pienso como si ella estuviese hablándome. No sabía si él era un personaje más de sus historias o ella estaba ahí, a su lado, cubriéndose con la misma mantita con la que él se tapaba mientras leía. Lo que le trastornó, estaba convencido, era la escena de la puerta del hotel. Hasta entonces, ella parecía estar al margen de lo que le contaban. Ponía el oído y escribía y daba algunas pinceladas de su existencia real. Tenía un hijo, se divorciaba, se cambiaba de casa, saludaba a los personajes que iban apareciendo. Pero esta vez, alguien le metía la lengua en la boca sin prolegómenos. Ese hecho le daba volumen, aparecía en tres dimensiones, con consistencia real. Su corazón, me dijo, empezó a palpitar, como su hubiese sido él quien la empujó contra la puerta del hotel. Por eso ahora veía los videos, quería saber si esa mujer que había entrado en su mente, trastornándolo, se asemejaba a la que se hacía pasar por escritora. No necesitaba transcribir a su idioma lo que ella estaba diciendo como trastabillando porque la entendía perfectamente. Las palabras son un medio para volcar los movimientos interiores de la mente, no es necesario traducir su exacto significado porque con la vibración del sonido, con su ritmo alterado es suficiente para que ella vaya reacomodando sus espacios mentales.

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