Aunque
Mark Lilla se refiere a la política estadounidense, si sustituimos
‘liberal’ por ‘de izquierdas’ o ‘progresista’ podríamos
extender su análisis a lo que sucede en Europa o en España, tanto
en la descripción de la actual realidad política como en las
propuestas para salir de la fea situación. En la política de aquel
país, en la historia del siglo XX, hubo dos grandes movimientos,
Lilla usando una terminología de la teología protestante lo llama
dispensaciones. La dispensación Roosevelt y la dispensación Reagan.
La primera, tras la gran crisis del 29 y la guerra mundial, supo y
pudo unir al país en un propósito común bajo dos principios que
tanto la izquierda como la derecha aceptaron y pusieron en práctica
durante al menos tres décadas bajo la común aceptación de la
justicia y la solidaridad como guías en busca del bien común. En
los ochenta, Reagan, y Tatcher en GB, dió la vuelta a esas políticas
proponiendo como guía no el bien común sino un individualismo que
desconfiaba del Estado y la voluntad de reducir al mínimo. Tanto los
políticos de la derecha como los de la izquierda (Blair, Clinton)
asumieron la nueva propuesta como medio para crecer y enriquecer a la
población en lo que algunos llamaron capitalismo popular. La
respuesta del izquierdismo ante el triunfo arrollador del
neoliberalismo fue una retracción a la universidad donde se
expandieron los estudios posmodernos y multiculturales bajo la
palabra clave ‘identidad’ que, luego, consiguieron movilizar
mediante grupos de identidad en las calles (negros, mujeres, gays).
Lilla lo resume de este modo: “El ganador del debate será quien
haya invocado la identidad moralmente superior y haya expresado la
mayor ira por ser cuestionado”. “La identidad es el reaganismo
para pobres”. La política de partido, arguye Lilla, fue sustituida
por movimientos emocionales y vistosos, obsesionados por un solo
asunto y practicantes de rituales de superioridad ideológica.
Algunos, convertidos en facciones, fueron más allá, creando
comunidades moralmente puras, socialmente progresistas y
medioambientalmente autónomas. Estos movimientos consiguieron
cambiar la mentalidad de la sociedad en muchos aspectos (derechos
civiles, matrimonio gay, preocupación ecológica) pero al mismo
tiempo abrieron una brecha con una parte de los antiguos votantes de
la izquierda que se pasaron o se están pasando a partidos populistas
antiidentitarios o que han sacado del baúl otro tipo de identidades
más viejas y más peligrosas. Si en la posguerra se confió en el
Estado para extender el bienestar entre la población, a partir de
los setenta tanto la derecha individualista como los izquierdistas
posmodernos desconfiaron de él.
Ahora,
frente al peligro de los populistas (Trump), lo que propone Lilla es
una vuelta a la política institucional, una vuelta al valor de la
política, en todos los espacios de poder representativo, al trabajo
legislativo y a un propósito común en la que los ciudadanos se
sientan implicados en una lucha de todos por el bienestar. Ante la
nueva realidad social que ha emergido tras la gran recesión
necesitamos ideas que capturen la nueva realidad y líderes capaces
que hagan sentir a la población la conexión, no necesariamente que
la entiendan, entre las nuevas ideas y la realidad. Líderes que en
otro tiempo hicieron que la sociedad diera saltos cualitativos, como
Roosevelt, Kennedy o Martin Luther King. En este nuevo tiempo las
palabras clave son ‘ciudadanía’ y ‘educación cívica’
frente a ‘individualismo’ e ‘identidad’. Una ciudadanía
comprometida con su país, con un sentido del deber y la solidaridad
que implique tanto a los privilegiados como a los desfavorecidos,
superando las creencias y obsesiones de quienes afirman que el Estado
es un mal innecesario y de quienes imponen la diferencia por encima
del bien común.
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