jueves, 14 de marzo de 2019

El regreso liberal, de Mark Lilla



          Aunque Mark Lilla se refiere a la política estadounidense, si sustituimos ‘liberal’ por ‘de izquierdas’ o ‘progresista’ podríamos extender su análisis a lo que sucede en Europa o en España, tanto en la descripción de la actual realidad política como en las propuestas para salir de la fea situación. En la política de aquel país, en la historia del siglo XX, hubo dos grandes movimientos, Lilla usando una terminología de la teología protestante lo llama dispensaciones. La dispensación Roosevelt y la dispensación Reagan. La primera, tras la gran crisis del 29 y la guerra mundial, supo y pudo unir al país en un propósito común bajo dos principios que tanto la izquierda como la derecha aceptaron y pusieron en práctica durante al menos tres décadas bajo la común aceptación de la justicia y la solidaridad como guías en busca del bien común. En los ochenta, Reagan, y Tatcher en GB, dió la vuelta a esas políticas proponiendo como guía no el bien común sino un individualismo que desconfiaba del Estado y la voluntad de reducir al mínimo. Tanto los políticos de la derecha como los de la izquierda (Blair, Clinton) asumieron la nueva propuesta como medio para crecer y enriquecer a la población en lo que algunos llamaron capitalismo popular. La respuesta del izquierdismo ante el triunfo arrollador del neoliberalismo fue una retracción a la universidad donde se expandieron los estudios posmodernos y multiculturales bajo la palabra clave ‘identidad’ que, luego, consiguieron movilizar mediante grupos de identidad en las calles (negros, mujeres, gays). Lilla lo resume de este modo: “El ganador del debate será quien haya invocado la identidad moralmente superior y haya expresado la mayor ira por ser cuestionado”. “La identidad es el reaganismo para pobres”. La política de partido, arguye Lilla, fue sustituida por movimientos emocionales y vistosos, obsesionados por un solo asunto y practicantes de rituales de superioridad ideológica. Algunos, convertidos en facciones, fueron más allá, creando comunidades moralmente puras, socialmente progresistas y medioambientalmente autónomas. Estos movimientos consiguieron cambiar la mentalidad de la sociedad en muchos aspectos (derechos civiles, matrimonio gay, preocupación ecológica) pero al mismo tiempo abrieron una brecha con una parte de los antiguos votantes de la izquierda que se pasaron o se están pasando a partidos populistas antiidentitarios o que han sacado del baúl otro tipo de identidades más viejas y más peligrosas. Si en la posguerra se confió en el Estado para extender el bienestar entre la población, a partir de los setenta tanto la derecha individualista como los izquierdistas posmodernos desconfiaron de él.

            Ahora, frente al peligro de los populistas (Trump), lo que propone Lilla es una vuelta a la política institucional, una vuelta al valor de la política, en todos los espacios de poder representativo, al trabajo legislativo y a un propósito común en la que los ciudadanos se sientan implicados en una lucha de todos por el bienestar. Ante la nueva realidad social que ha emergido tras la gran recesión necesitamos ideas que capturen la nueva realidad y líderes capaces que hagan sentir a la población la conexión, no necesariamente que la entiendan, entre las nuevas ideas y la realidad. Líderes que en otro tiempo hicieron que la sociedad diera saltos cualitativos, como Roosevelt, Kennedy o Martin Luther King. En este nuevo tiempo las palabras clave son ‘ciudadanía’ y ‘educación cívica’ frente a ‘individualismo’ e ‘identidad’. Una ciudadanía comprometida con su país, con un sentido del deber y la solidaridad que implique tanto a los privilegiados como a los desfavorecidos, superando las creencias y obsesiones de quienes afirman que el Estado es un mal innecesario y de quienes imponen la diferencia por encima del bien común.

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