Saliendo
de Orense por el Puente Viejo, cuando el sol amarillea en el Miño,
un par de señoras nos alienta y una pareja de recién casados busca
un bar a esas horas de la mañana -7,30. A todos nos sorprende que no
estén en otro sitio. La etapa se inicia con el interminable cuestón
por el Camino Real hacia Cudeiro, antigua calzada romana y calzada
real que sube y sube sin que se alcance a ver el final, con 6,8 km y
370 m de ascenso. Luego siguen otros repechos duros hasta Cea, donde
decidimos tomar la variante que nos lleva al Monasterio de Oseira, en
la Sierra de Martiñá, unos kms de más pero que merecerán la pena.
Monasterio cisterciense del siglo XII, abandonado con la
desamortización, en 1835, y vuelto a habitar en 1929. Llegamos justo
para ver la enorme nave de la iglesia románico ojival, del XIII, aún
con la iluminación puesta, pues acaban de celebrar la Eucaristía. Unos pocos hombres y mujeres abandonan la nave principal y un sacristán apaga las luces. El
monje que nos sella la credencial, junto a dos extremeños ciclistas
de Maimona, con los que también hemos ido coincidiendo, nos habla de
la gran extensión del edificio, de la lenta restauración y de que
los pocos monjes que quedan tienen donde esconderse cuando se enfadan
entre ellos. Nos enseña lo que él considera la joya, la escalera monumental. En el bar del pueblo la cantinera y un vecino discuten
sobre las mejores opciones para seguir la ruta. El camino es duro y
no ciclable, la carretera es empinada, da una vuelta por Mirallos,
pero merece la pena, aunque el problema no estaba ahí sino en una
corredoira, pasado Vilarello para llegar a Carballediña, señalizada
como el camino, pero por la que simplemente la bici no cabe con las
alforjas. Después de un tramo tuve que dar la vuelta y volver a la
carretera, y ahí me perdí. En una casa aislada perdida en medio del
bosque, una mujer desde el balcón me vio, llamó a su marido y me
orientaron hacia Corná, donde tomaría la nacional en dirección a
Castro Dozón. Todavía quedarán unos cuantos kms de bajada donde
dejo que la bici vuele hasta A Laxe, una aldea junto a Lalín, en la
provincia de Pontevedra.
El
albergue está en medio del bosque. Arquitectura muy moderna, madera
y hormigón, pero desangelado y poco funcional, amplísimos espacios
para todo, oratorio incluido, salvo para lo fundamental, el
dormitorio, estrecho y poco ventilado. Unos ingleses me reciben,
descansados y con una caja de cerezas en la mano. Por supuesto, no
saben ni decir los buenos días en español y esperan que les des
conversación en su idioma. La hospitalera es la persona más amable
que he encontrado en el camino. Me indica los restaurantes abiertos y
se ofrece a llamar para que vengan a buscarnos porque no están
cerca. Pero es domingo y sólo hay uno abierto en la carretera.
Decidimos ir andando. Está abarrotado, pero no nos deja huella, aunque luego volvimos
a tomar un bocata porque no había otro sitio adonde ir. La tarde
discurre entre siesta, holganza y charla desenfadada con la
hospitalera. 70,28 Kms.
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