Ni
siquiera una manifestación bienintencionada añade un gramo de
libertad. La libertad es individual, la política sirve para definir
las reglas y ensanchar el campo. La manifestación, cualquiera, es
una forma de constricción, la reducción de las miles de voces y
formas de entender la libertad a un marco restringido. Es duro
decirlo, hoy, cuando yo mismo habría ido si hubiese estado en
Barcelona. Sé que la vida política convertida en gestión racional
y desapasionada de los asuntos públicos, sin más, es ardua, áspera
y pertenece al mundo ideal, y que, como ha ocurrido, si se les deja,
el vacío sentimental lo llenan rápido los populistas. Creo que la
línea divisoria hay que establecerla entre ilustración y reacción,
pero la educación es aún insuficiente como para que pueda decirse
que todo hombre español o europeo es un ilustrado, ¿quién está listo
para comprender que son reaccionarios quienes agitan las pasiones,
que están a izquierda y a derecha, que son los nacionalistas y
populistas que buscan su suerte estos días? Sin duda esta
manifestación era útil y necesaria para arropar a los que se han
sentido solos y humillados durante tanto tiempo, quizá a lo largo de
toda su vida activa, pero ved cómo aparecen los carroñeros a
hacerla suya, aquellos que nunca les atendieron, que les dieron la
espalda y que ahora, tras el éxito de la anterior, acuden a recoger
los réditos que no son suyos.
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