"A
la verdad se llega no sólo por la razón, sino también por el
corazón." (Blaise Pascal)
Hay
verdades de la razón y verdades del corazón. Llevamos un par de
siglos donde la ciencia se ha apoderado del pensamiento y está,
gracias a la tecnología, modelando nuestra percepción. Estamos
empezando a comprender que hay un desfase entre ambas, que no
evolucionan al mismo tiempo. Las verdades del corazón atañen a la
vida y su sentido, a los afectos entre los hombres, a la felicidad e
infelicidad. Hay que volver a buscar el hilo perdido que algunos
hombres del pasado trenzaron, el camino al corazón y sus querencias.
La tecnología llena de ruido el mundo y la mente, fosiliza las
relaciones humanas, nos convierte en guiñapos movidos por hilos
externos a nosotros. Si miramos el cine y las películas de gran
presupuesto, los best sellers de la literatura, la comida basura, la
publicidad, la televisión y sus series, las redes de comunicación
social echamos en falta la poesía y si esta aparece es puro camelo
lacrimógeno. La poesía es vertical, atiende a la verdad profunda.
Ha habido épocas más poéticas que esta, podemos volver al gran
arte, a los filósofos que miraban la almendra del ser. También
ahora los hay y están empezando a emerger de las catacumbas. La
poesía, de nuevo, va a tratar de responder o al menos de volver a
hacer las preguntas adecuadas que la ciencia no puede hacer. No sé
si “la
poesía es el centro mismo de la existencia humana”, pero
tenemos necesidad de vivir una vida auténtica donde las sensaciones
sean reales y no virtuales, donde los afectos sean transmitidos por
la piel y no por una pantalla evanescente.
Handia
juega en el terreno de la poesía, algo tan poco común en el cine
actual. Sus imágenes son bellas, así como la atmósfera que quiere
crear junto con la música, el ritmo pausado, la voz en off, los
paisajes brumosos, la nostalgia del tiempo ido. Durante buena parte
lo consigue, te absorbe en la cadencia del lento discurrir, en la
mínima historia de este gigante guipuzcoano que sale del caserío
para mostrar su anomalía y sacar a la familia de la necesidad. No es
sólo su historia la que nos conmueve, también la de su hermano
herido en la guerra, con una ilusión que nunca se cumple, obligado a
permanecer junto a su hermano. Acercarse a la verdad profunda no es
nada fácil, es huidiza, está llena de trampantojos en los que a
menudo caemos, requiere frialdad y desapego por las cosas del mundo. La poesía es escurridiza y su retórica sirve a lo peor, a las falsificaciones de la historia y de la religión, al encantamiento de los populismos. Handia intenta ser una obra honesta y poética, pero para ser una obra perfecta y llegar aún más adentro del corazón
del espectador debería haber reducido su metraje, no haber abusado
de la retórica de la belleza de los paisajes y haber ahondado algo
más en el gigantón condenado a una vida de feria, un hombre al que
su circunstancia vital, como a cualquiera de nosotros, le condena a
una vida subordinada, inauténtica.
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