Verna
B. Carleton (1914-1967), nacida de madre inglesa y de padre alemán,
de quien no quiso llevar el apellido porque la abandonó en la
infancia, pasó su juventud y se casó en México, donde encontró la
mayor parte de sus amistades, entre ellas exiliados alemanes de la
guerra, pero también Diego Rivera y Frida Kahlo, incluso Trotsky.
Trabajó de periodista, luego vivió en París donde conoció y se
hizo gran amiga de la fotógrafa Gisèle Freund. Con ella viajó a
Berlín en 1957. Del Berlín en ruinas Gisèle Freund volvió con un
puñado de fotografías y Verna B. Carleton con una novela que
publicó dos años después. En ambos se refleja la posguerra
alemana: las ruinas, la reconstrucción, la vuelta a la vida tras la
devastación. La novela narra ese viaje, aunque con el artificio de
la ficción mediante, la autora transforma a su amiga Gisèle en Eric
Devon que vuelve a Berlín, tras haberla abandonado a comienzos de la
guerra, acompañado por su esposa inglesa Nora. En el viaje, contado
por una narradora apenas visible, Verna. B. Carleton transformada en
una periodista americana que conoce a los protagonistas en un buque
que viaja hacia Europa, Eric irá recobrando una identidad alemana
sepultada por casi dos décadas de esfuerzos por adquirir los
convencionalismos ingleses hasta llegar a adoptar su primigenio
nombre, Erich Dalburg. Vemos la ciudad dos veces, con el intervalo de
un año, mientras los protagonistas pasan sus vacaciones. La primera
vez vemos los destrozos de la guerra, la ruina de la ciudad y la
ruina psicológica de los protagonistas, atormentados por la culpa,
el caso de Eric, por no haberse quedado a combatir el nazismo, la
desonfianza hacia familiares y conocidos de quienes se sospecha por
cobardes o por colaboradores del régimen. Es significativa la escena
en que el protagonista buscando el rastro de su tía Hilde, judía,
va ascendiendo las escaleras de un edificio y se le van cerrando las
puertas donde va preguntando, con acritud, desinterés o miedo. Los
alemanes no quieren que se remueva el apestoso pasado o hacen como si
con ellos no fue la cosa o huyen de preguntas demasiado
comprometidas. La segunda vez que vuelven a Berlín, la ciudad se
reconstruye, las autovías están transitables, incluso a través de
la Alemania ocupada por los soviéticos (el muro comenzó a
construirse desde el 13 de agosto de 1961), la familia de Eric cuenta
su historia, va quedando claro quienes colaboraron y quienes
sufrieron, comienza la reconciliación, incluso Eric decide volver a
vivir en la ciudad, adoptando plenamente su identidad alemana.
La
novela está contada a la manera clásica, es decir, como una de esas
novelas de diván, con sus defectos, más evidentes en una novelista
primeriza, donde no importa tanto la manera de contar como el meollo
de la historia. Predomina el espíritu periodístico de
la autora con rápidas pinceladas del contexto histórico y de la
realidad ambiental, con personajes que se construyen fundamentalmente
a través de los diálogos y donde la narradora no tiene claramente
definida su función. Pero se lee bien y es muy útil para
conocer ese periodo intermedio entre la posguerra y la división de
Alemania en dos partes enfrentadas.
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