jueves, 10 de agosto de 2017

11. Ballstad



               Quisiera contemplar desde estos altos la misma ciudad de Ballstad y su pequeño astillero, los mismos salientes rocosos, las entradas del Ártico, los islotes desnudos, quisiera verlos bajo el resplandor de la nieve sin sol en el breve lapso en que la oscuridad toma su pausa para volver a la oscuridad. Quisiera volver en esa época del año en que los hombres se quedan ciegos y no saben cómo entretener su tristeza. Aunque sé que me costaría subir hasta aquí y recobrar el mareo de la libertad con la angustia a los pies.

               Sé que dos cosas resultan insoportables si se prolongan, la lluvia ciega y la oscuridad. Hay una tercera pero escapa a mi control, la falta de amor. Un hombre necesita luz para disipar los velos oscuros del alma. De vez en cuando el verde ha de romper en tus ojos y el azul de las montañas y chispazos de luz en la tersa superficie del agua. Cómo sobrevive el hombre zorro a la larga condena de las sombras. La noche es un regalo si los días son luminosos y ha visto a una mujer bañada en luz. Espera que esa mujer le desordene y durante unos meses, no más de seis según dicta Kierkegard, quizá los seis meses de la noche duradera, haga bullir vida en su interior. Qué hace el hombre zorro si la noche se prolonga y la lluvia, y la tierra blanca sin reflejos es la sábana que le amortaja cada día. Knausgård mete a sus personajes jóvenes en garitos para beber hasta que al ¿amanecer? les hace volver a sus cubículos corroídos de tristeza y llena las casas de los viejos a reventar de botellas hasta el suicidio. En el mismo impulso veo yo la simulación del kitsch: parques habitados por personajes de cuento, cruces de calles con coloristas monigotes Warhol, y un diminuto troll donde se llega en una lancha neumática, al final de un fiordo, al que da nombre, y al que solo se ve si alguien levanta el índice. El hombre zorro es un borrachuzo sentimental.

No hay comentarios: