Ahora
bien, ¿si la cosa es tan claramente racional, cómo es que en la parte de la sociedad que presumimos como más cultivada de España, con la clase
media más extendida, se deja de lado la argumentación racional para
dar rienda suelta a las emociones? Precisamente por eso, porque la
clase media con las necesidades básicas cubiertas quiere emociones,
harta del aburrimiento en que consiste la vida pública, la normal
administración de las cosas, donde nada interesante sucede. No nos
mueve únicamente la realización de las necesidades materiales, como
mal que bien hace el Estado del bienestar, también el deseo de ver
caer a los corruptos, a los que exhiben su riqueza, a los poderosos, que en Cataluña se identifican con Madrit, no con la familia Pujol, por poner un ejemplo, queremos diversión. Es ese aburrimiento el que estimula a quienes
saben que pueden mover a la gente para dar un vuelco a la situación
en favor de sus intereses particulares, que quieren hacer coincidir
con los del conjunto de la sociedad o de la nación. Saben que la
gran promesa no se podrá cumplir, pero van tirando mientra el deseo
se mantenga, mientras dure el actual estado de ebriedad libidinal,
debidamente alentado por la agitación y la propaganda.
Para
los nacionalistas, el pueblo o la nación al que apelan se identifica
con la parte de la sociedad que es independentista, no con el
conjunto de la sociedad,
“El pueblo, por tanto, no es el conjunto de ciudadanos que afirman su voluntad de vivir juntos bajo una misma ley que han de darse a sí mismos, sino aquella parte (el partido, la nación) que se impone a todas las demás hegemónicamente como la clase de los amigos frente a los enemigos del pueblo”. (J.L. Pardo, Estudios del malestar).
Por
eso en Cataluña no ha triunfado el nuevo populismo como casi ha
triunfado en el resto de España, porque ya tenía el suyo propio,
como, a la inversa, los que apoyan al populismo restoespañol y
despotrican contra el independentismo no ven que no hay diferencias
sustanciales entre ambos, por lo que sólo si se hace coincidir el
nuevo populismo con parte de la liturgia del viejo (Ada Colau) podría
tener alguna chance.
Algo parecido cabría decir de la mitificación que los nacionalistas hacen de la democracia, como si fuese el medio y el fin de la vida pública. La democracia no es más que un medio entre otros posibles para proveer al Estado de legisladores y de cargos públicos. A lo largo de la existencia del Estado liberal se han probado otros procedimientos y ahora hay quien, con razonamientos nada desdeñables, propone el sorteo como procedimiento alternativo. Lo que nos da seguridad jurídica y garantiza el libre ejercicio de nuestras libertades es el Estado de Derecho y sus instituciones, entre ellas la democracia. Para que funcione hay que atenerse a sus aburridos trámites.
Algo parecido cabría decir de la mitificación que los nacionalistas hacen de la democracia, como si fuese el medio y el fin de la vida pública. La democracia no es más que un medio entre otros posibles para proveer al Estado de legisladores y de cargos públicos. A lo largo de la existencia del Estado liberal se han probado otros procedimientos y ahora hay quien, con razonamientos nada desdeñables, propone el sorteo como procedimiento alternativo. Lo que nos da seguridad jurídica y garantiza el libre ejercicio de nuestras libertades es el Estado de Derecho y sus instituciones, entre ellas la democracia. Para que funcione hay que atenerse a sus aburridos trámites.
Pero,
¿por qué ha llegado tan lejos y está durando tanto este rapto de
la razón? Ha habido una dejación del Estado, es evidente, pero
tampoco la sociedad ha sido capaz, a través de su intelligentsia, de
deslegitimar a los nacionalistas:
“Es casi un lugar común de los constitucionalistas acusar a los dos grandes partidos españoles de no haber afrontado un combate intelectual y político de deslegitimación del nacionalismo. ¡Sin duda! Pero qué decir de la intelligentsia más directamente afectada por él. Lo que hoy manifiestan en el periódico es lo que han hecho siempre: contemporizar con una ideología siniestra que han contribuido a hacer pasable y hasta simpática. Lo que la gran mayoría de ellos no quiere advertir en el Proceso es, justamente, esta elementalidad radical: una parte considerable de los catalanes, liderados por un gobierno moralmente corrompido, han elegido el camino xenófobo y se niegan a convivir con el resto de españoles”.
En
fin, para el caso, a mí también me valdría esta otra frase de Groucho:
“Nunca pertenecería a un club que admitiera como socio a alguien
como yo”. Los deseos de los nacionalistas, lo que yo desee, no es el asunto principal de la vida pública.
Nota:
Alguna de las ideas expuestas en los tres últimos comentarios
provienen del libro de José Luis Pardo, Estudios del malestar, uno
de los mejores libros de filosofía política que he leído.
No hay comentarios:
Publicar un comentario