Como
el ronroneo de la tormenta seca que ahora mismo cerca la ciudad, así
la literatura cerca la vida ingobernable, los sucesos que se
amontonan, los hechos de la historia, en un intento desesperado por
que no caigan en un olvido definitivo, de extraer un sentido, una
mínima huella que la memoria pueda retener un poco más. Jean-Yves
Jouannais se pone bajo la advocación de Enrique Vila-Matas para
acudir a alguno de los sitios más famosos y de los efectos que sobre
la memoria sus ruinas provocaron. Cada uno, una ciudad bombardeada
durante la Segunda Guerra Mundial, los escombros del 11-S, una
fortificación arrancada de cuajo en el siglo XVII, tiene su
historia, una anécdota jugosa, pero para Jouannais no son más que
un punto de apoyo para que las palabras se pongan en juego y levanten
un relato sobre las ruinas, al modo del Borges de Historia
universal de la infamia. Sería tan irrisorio como inútil
duplicar o embellecer lo que hace el historiador profesional, como
hacen con inmerecido éxito de ventas algunos novelistas
devolviéndonos, por ejemplo, a Julio César revestido de Cristiano
Ronaldo en las Galias. Jouannais prefiere mostrarlo montando su
teatro con el único fin de escribir su famoso libro. El punto de
vista del escritor es tangencial a los hechos fijados, su mirada no
reconstruye, más bien instruye sobre alguna consecuencia olvidada,
sobre algún aspecto desapercibido que, sin embargo, puede ser
central en la aventura humana.
Así,
en el relato que más me ha llamado la atención, Peter J.
Bribing. Es admirable cómo el dominio literario -el arte de
jugar con palabras- es capaz de encontrar un sentido profundo, oculto
pero real, al entrelazar los efectos de un bombardeo nazi, en el
Londres de 1940, sobre una biblioteca -Holland House- y la destrucción de la ciudad
ibera de Astapa por orden de Escipión, a través de una fotografía,
en la que un bibliotecario está consultando un pasaje de las
Historias de Polibio, aquel en el que el historiador romano
relata cómo los habitantes de Astapa prendieron fuego a sus bienes y
se dejaron exterminar y cómo muchos romanos encontraron la muerte
al querer recoger las coladas de oro y plata que el fuego había
hecho fundirse. Bribing, el bibliotecario, no muere como los
incautos romanos al pescar como ellos entre los restos de la
biblioteca devastada, pero en el diario que escribió después,
recordando ese momento, ve en el libro de Polibio que consulta una
criatura extravagante de dermis absurda surgida de unas regiones que
no existen, una visión alentada, según Jouannais, por el aliento de la época que penetraba en esa biblioteca abierta.
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