Hay un
tranvía desbocado que va calle abajo derecho hacia cinco peatones desavisados. Tú
estás situado en medio, viendo a uno y a otros, y puedes cambiar el rumbo desviando
las agujas hacia otra vía en la que el tranvía sólo matará a un peatón. ¿Qué
harás? Parece que todo el mundo, como tú, encuentra la solución menos mala.
Pero qué harías en esta otra situación: te encuentras en una pasarela sobre las
vías y ves cómo se precipita el mismo tranvía; puedes detenerlo si al hombre
obeso que tienes junto a ti lo arrojas delante del tranvía, de ese modo lo
detiene y se salvan los cinco viandantes desprevenidos. Aquí seguro que tu
intervención es más dudosa, ¿por qué? Por la distancia de interacción. Como al
hombre obeso lo has de empujar con tus propias manos interviene el área
cerebral que activa las emociones y entonces ya no es tan fácil tomar una
decisión y sin embargo el resultado es el mismo que en la primera situación.
El sistema
racional es más moderno, el sistema emocional, que compartimos con muchos
animales, más antiguo, pero resulta útil para tomar decisiones. En nuestro
comportamiento intervienen ambos y nuestras emociones impiden determinados
actos y otros los promueven. Por ejemplo, el soldado que se enfrenta a espada
al enemigo sufre un choque emocional, pero ¿qué pasa con el que simplemente
aprieta un botón que lanza un tomahawk que destruye un bloque de viviendas
habitadas? Hablamos con superioridad de nuestras decisiones racionales –nuestro
voto, por ejemplo- enfrentándolas a las decisiones de la gente simple que se
deja llevar por las emociones. ¿Es así, en realidad? Es evidente que no, por
tanto es un error en el juego político dejar las emociones a nuestros
adversarios y mantenernos en la torre de marfil de nuestra racionalidad.
Para
describir cómo funciona la mente los científicos hablan de la sociedad de la
mente. El cerebro no funciona por áreas como se creía sino más bien como
una agrupación de subagentes especializados que hacen diferentes cosas, y
muchos de ellos, la misma pero desde distinta perspectiva, de tal modo que se
produce competencia entre propuestas de solución diferentes ante un problema.
Distintas partes del cerebro disputan para controlar nuestro comportamiento.
Por ejemplo, si nos ofrecen una tarta, una parte la acepta por la energía que
aportan los azúcares y otra la rechaza previendo los michelines. Toda esa
competencia sucede por debajo de nuestra conciencia. Lo más sorprendente es que
nuestro cerebro tiene dos ámbitos separados haciendo lo mismo (sentir,
entender, pensar, recordar), en los dos hemisferios, y que ambos funcionan como
equipos de rivales, en expresión de David Eagleman (Incógnito).
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