En el
interior de esta película pequeña -por la producción, por la falta de empaque
con que se presenta- hay una realidad que se presenta en sociedad. Son muy
habituales, y muy simpáticas, las películas románticas que hablan del amor
entre un hombre entrado en años y una chica mucho más joven. Muchas menos las
que lo hacen invirtiendo el género –mujer mayor, chico joven. El sólo hecho de
contemplar, en la realidad, una situación semejante lleva al reproche moral, a
la burla, “un mundo inexplorado de pobreza, intereses y sexo”. En las películas
románticas, por el contrario, pese a los pequeños obstáculos que se interponen,
la realidad se edulcora hasta el límite de las lágrimas. Por ello, es de
agradecer que Sally Field y todo el equipo se acerquen a lo que de verdad
sucede en la mayor parte de las ocasiones, que el amor romántico ciega y
produce efectos difíciles de curar.
La peli es
una comedia, con toques de humor muy finos, que apenas hacen sonreír. Dramedia
ha llamado algún crítico a este género híbrido. El espectador ya sabe qué va a
ocurrir, se identifica con la protagonista y teme verla sufrir o caer en el ridículo.
Teme que a pesar de estar prevenido puede caer como Sally Field en un enredo
romántico de ese tipo. El personaje que interpreta Sally Field es mucho más
complejo que el de una sesentona enamorada: tiene que ver con esa población de
las sociedades ricas cada vez más numerosa, de gentes jubiladas o a punto, que
tienen un mundo por delante que llenar, no solo en ausencia de trabajo, también
de familia y de emociones. Esa gente irá reconfigurando el mundo, porque son
muchos, disponen de medios y no se van a conformar, porque la soledad no es una
alternativa. Están aprendiendo qué pueden hacer y qué no.
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