La conciencia es un barquito que navega encima del océano,
sin control sobre lo que sucede en las aguas profundas. Cuanto más nos descubren
los científicos que exploran la mente más difícil resulta hablar de libre
albedrío. ¿Hasta qué punto somos dueños de nuestros actos? ¿Quién está a los
mandos de nuestro comportamiento? A la protagonista de esta novela se le tuerce
la vida el día que yendo de vacaciones desde Madrid a la costa cántabra, al
pasar por Burgos, las bicicletas que lleva el Range Rover que conduce su marido
se desprenden de su atadura y provocan un accidente mortal. La mala decisión
inicial de no dar parte del hecho enreda de tal modo la vida familiar que la
mujer descubre en su comportamiento los efectos de una personalidad totalmente
inesperada. Si al principio los sucesos aparecen como crímenes accidentales,
luego adoptan la forma de accidentes criminales. En esa ambigüedad se
desenvuelve la novela y también el juicio que la corona, aunque seguramente lo
que el autor ha querido transmitir no concuerde con el juicio que el lector se
habrá ido forjando. Del libro publicado y leído tan dueños son el escritor que
lo abandona a las galernas del tiempo como el lector que lo manosea en su
butaca.
La novela adopta la forma de thriller y parece estar
pidiendo con urgencia que alguien la lleve a la pantalla, como en otra época
alguien lo hizo con la exitosa Historias del Kronen que lanzó a la fama
a su autor. La escritura es directa, sin adornos ni descripciones superfluas
como en la mejor tradición de serie negra. Quizá falte un poco de carne para
que pese el adjetivo psicológico que se añade a thriller en la
contraportada y para que el empeño del escritor sea algo más que escritura de
género. Es el caso de la protagonista, Paz Reyes, que lo es todo en la novela,
con algunos trazos que llaman la atención sobre su frío comportamiento, y hasta
desconcertantes como ese gozo de vivir despreocupado que muestra tras sus crímenes,
hasta el punto de recordar esa canción de Michel Polnareff, On ira tous au
paradis, de la que sale el título de la novela, con la intención de
disolver la culpa que ni siquiera ha nacido, creo que insuficientes para redondear
una personalidad específica. Pero la novela se lee de un tirón, algo más que apropiada
para las ligeras lecturas veraniegas.
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