Dice Eaglemann (Incógnito) que el yo consciente es el
personaje más secundario del cerebro, que hay un vasto territorio por debajo de
la consciencia, como ya vio Freud en el ello. Resulta que no tenemos
menos instintos que los animales, sino más. Por ello nuestra inteligencia es
más flexible, porque tenemos más instintos (Williams James). Lo que sucede es
que somos ciegos a su acción, los instintos son los motores de nuestro
comportamiento y están inscritos en circuitos especializados en el cerebro y
son inaccesibles porque son fundamentales. No los percibimos como el pez no
percibe el agua donde se mueve.
Hemingway explica en París era una fiesta su método
de trabajo. Por la mañana escribía, después hacía lo posible por no pensar en
la continuación de la historia que estaba escribiendo. El resto del día leía, paseaba,
hablaba con sus amigos, porque según él la historia se estaba cociendo en su
cerebro y encontraría su continuación natural a la mañana siguiente y si
pensaba en ella la desbarataba. El cerebro está trabajando las veinticuatro
horas y hace cosas de las que no tenemos noticias. Por ejemplo anuda o desata
los vínculos sociales basados en sofisticados sistemas de señales químicas que
no capta nuestro radar consciente pero sí un tipo especial de receptor. Por
ejemplo, a través del olor captamos una amplia información: edad, sexo,
fertilidad, identidad, emociones, salud, señales transportadas por las
feromonas que cuando llegan a la nariz son analizadas por un llamado complejo
mayor de histocompatibilidad, que incita a mezclar o no las reservas genéticas
de dos personas. El cerebro capta la cúspide de la fertilidad de una mujer
(diez días antes de la menstruación): tono de la piel y de las orejas, pechos
más simétricos, olor, todo al margen de la mente consciente. La mente solo capta
el bullicio del deseo. Se ha estudiado la relación entre el ciclo menstrual y las
ganancias en las bailarinas de streptease: en lo más alto del ciclo
ganaban el doble que durante la menstruación o el doble que las bailarinas que
tomaban la píldora. Así, la monogamia estaría ligada a la vasopresina, la
hormona liberada durante la cópula que produce sensaciones placenteras; si se
bloquea la hormona el vínculo de pareja desaparece. La fidelidad estaría
asociada a las copias de un gen concreto, si hay varias copias el flujo de la
vasopresina disminuye, entonces aumenta la infidelidad. Estamos preprogramados
para vivir en pareja durante cuatro años, el tiempo necesario para la crianza
de un hijo, después la droga amorosa desaparece (en eso somos curiosamente semejantes
a los zorros). El divorcio más frecuente se produce a los cuatro años de
iniciada la vida de pareja y nuestro umwelt hace que encontremos monos
a los bebés.
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